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LOS SEGMENTOS INSTRUIDOS, ABURRIDOS Y REBELDES ORIUNDOS DE LAS CLASES MEDIAS EN SAVERIO EL CRUEL, DE ROBERTO ARLT

LOS SEGMENTOS INSTRUIDOS, ABURRIDOS Y REBELDES ORIUNDOS DE LAS CLASES MEDIAS EN SAVERIO EL CRUEL, DE ROBERTO ARLT

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La pieza de Roberto Arlt, Saverio el Cruel, se remete, en sus interlíneas, al periodo del golpe de estado hecho por los militares sobre gobierno legítimo en Argentina.

Resumen: La pieza de Roberto Arlt, Saverio el Cruel, se remete, en sus interlíneas, al periodo del golpe de estado hecho por los militares sobre gobierno legítimo en Argentina. En la obra, dos personajes abordan la cuestión del poder, Saverio y Susana, ambos de modo distinto. Susana es clase media, mientras Saverio es un obrero. Se puede tratarlos metafóricamente como símbolos de fuerzas antagónicas que hicieron cruentas sublevaciones desde la Revolución francesa hasta las guerrillas en Sudamérica. Este trabajo pretende demostrar que, aunque las elites económicas burguesas fueron responsables por muchas opresiones desde la colonización hasta el advenimiento de las repúblicas, los principales responsables, empero, por las dictaduras más sanguinolentas en el siglo XX vinieron de las clases medias y obreras. Así que se hará aquí un intento de relectura de los intereses por detrás de las varias revueltas comunistas y fascistas hasta hoy a partir del análisis de la susodicha obra.

Palabras clave: Clase media; Rencor; Aburrimiento; Autoritarismo.

1. SAVERIO Y LA BURLA

Saverio el cruel aborda los hechos de algunos jóvenes clase media de Buenos Aires empeñados en hacer pasar por ridículo a un pobre vendedor de manteca. La acción transcurre en casa de Susana, artífice de la broma, joven veinteañera anhelosa de que sus amigos no se aburran: “Este año no dirán en la estancia que se aburren. La fiesta tiene todas las proporciones de un espectáculo” (ARLT, 2016, p.17). La chica y sus amigos deciden hacer una burla teatral, donde ella, a estilo de las piezas de la Grecia clásica, fingirá haber ensandecido, deambulará por la casa con ropas andrajosas y se dirá reina, cuyo trono se apoderó un autoritario coronel. La reina, a causa de eso, buscará a toda costa que le corten la cabeza al usurpador. Por su vez, el mantequero se llama Saverio y se aparenta poco listo: “Físicamente, es un derrotado. Corbata torcida, camisa rojiza, expresión de perro que busca simpatía” (ARLT, 2016, p. 21).

Pedro, uno de los bromistas, se hará pasar por médico: tendrá la obligación de decirle a Saverio que la mejor manera de curar a Susana es que todos en derredor de ella finjan someterse a sus delirios. Además, para que el restablecimiento fuese pleno sería imprescindible la escenificación del momento en que se le corta el cuello al coronel. Cuando eso ocurriese, la impresión crudelísima seguro la curaría – dijo Pedro. Por eso, este carecía de una persona que se pasase por el coronel, y ¿quién mejor que Saverio para hacerlo? De golpe, este no lo aceptó: “Yo de Coronel… soy antimilitarista.” (ARLT, 2016, p. 35). Por lo demás, se preocupa con su empleo: “¿Y mi corretaje? Si yo me dedico a la profesión de coronel perderé los clientes, a quienes tanto trabajo me costó convencerles de que hicieran una alimentación racional…” (ARLT, 2016, p. 36). Pero los muchachos tanto le insistieron que terminó por aceptarlo. Fingidamente, le alababan su capacidad para improvisar, demostrándole que él, el pobre Saverio, podría ser un excelente actor dramático. Eso le hizo sentirse importante, incluso pasó a soñar con el día de representación. Con todo, a sus espaldas, los jóvenes se burlaban de él.

Sin embargo, tras algunos días pasó a presentar rasgos de insanidad, considerándose de hecho un poderoso jefe militar, tal como lo fueron a su tiempo Hitler y Mussolini. Resuelve incluso abandonar su trabajo para dedicarse a la nueva labor bélica. Eso llama la atención de los amigos de Susana, sobre todo cuando el hombre se compra una guillotina, cuya función sería la de “garantizar” su permanencia en el poder por la vía del “terror”, tal como lo hicieron Danton y Robespierre a lo largo de la Revolución francesa. En verdad, en este punto, no se sabe al cierto si Saverio estaba loco o si representaba con intención de burlarse de sus burladores. Eso porque, de entre todos los juguetones, Julia, hermana de Susana, fue la única que se rehusó a participar de tal broma; y, a escondidas, le contó todo al mantequero. La cruda verdad le hizo tremendo daño al hombre, tuvo deseos de vengarse, quizá por ello se haya comprado la guillotina, puesto que recrudecía su rencor hacia los acomodados hijitos de papá. Aquí, el lector de la tragicomedia puede deducir que el final será una masacre, sin embargo, la genialidad de Arlt le guía a otra dirección.

En el día del espectáculo, todos deseaban pronto la presencia de Saverio. Cuando llegó, se movía con aire marcial, digno de un verdadero coronel, y su mirada penetrante imponía miedo. Repentinamente surgió Susana, vestida de reina, y exigiéndole la devolución del trono. Saverio se mantuvo indiferente, con lo que la muchacha comenzó a gritarle. De sopetón, la miró con aire de escarnio y dijo que Julia le había dicho lo del plan. En el salón hubo silencio. Con todo, y sin perder el aliento, Susana cambió el discurso y le pidió a la audiencia que los dejara solos por un rato. Eso se hizo incontinenti. Ella, entonces, le dijo que, desde la primera vez que lo había visto, supo ser él el único capaz de comprenderla, pues solamente un loco entendería bien a otro. Saverio, admirado, le dijo jamás haber conocido persona tan hábil para humillar a los demás. Antes, dijo él, deseaba muy poco, vivía en su mundito de vendedor de manteca, solo queriendo una clientela fiel no más. Cuando llegaba a casa, el cansancio se le cubría el cuerpo, sin embargo, eso era un estímulo, pues sabía haber hecho lo correcto. Ahora, después de darse cuenta de su pequeñez social, que era un pobre diablo de quien todos se burlaban, se vio en la condición irreparable de no aceptar más aquella situación mediocre. Pero por no haber sido preparado para el choque, no sabía cómo y ni dónde hallar los instrumentos para dejar de serlo ni económicamente, ni moralmente, por lo que se sentía un paria social.

Ante tales palabras, Susana, en vez de condolerse, se consideraba, al contrario, una verdadera heroína, pues le enseñó la dura realidad de la vida y lo preparó para vivirla intensamente. Pero las palabras no calaron fondo al corazón de Saverio, él no aceptó los argumentos ni quería someterse a ella. Al darse cuenta de que no lograría convencerlo, la joven se sacó un arma y le disparó al mantequero, que finalmente comprendió estar la joven loca de verdad.

2. CONTEXTO POLÍTICO Y INFLUENCIA DE 1789

El telón de fondo de la pieza desvela sutil crítica al golpe militar sufrido por el presidente argentino Hipólito Yrigoyen en 1930. Arlt fue partidario del mandatario y creía que el golpe practicado por el teniente-general José Félix Uriburu destrozaría la nación. Según Pigna (2007), Yrigoyen había sido uno de los defensores de los ideales socialistas ocupándose de mejorar las condiciones de los obreros, lo que le garantizó gran prestigio, aunque estuviese lejos de ser comunista. Sin embargo, en su segundo mandato, el mundo sufrió con el quiebre de la bolsa de valores de Nueva York en 1929. Conforme Prado Jr. (1976), eso resonó como una bomba en Latinoamérica: generó, ante el desempleo y el hambre, la masiva adherencia de diversos sectores a la tendencia socialista. El sistema liberal conservador se sentía acosado y necesitaba una fuerza que arreglara la economía de mercado y a la vez protegiera la sociedad conservadora. El temor estaba bien fundado, pues, en 1917, luego de estallar la Primera Guerra, Rusia hizo la revolución, que sirvió de faro para las naciones del este europeo y, tras 1929, como alternativa real para el oeste salir de la depresión provocada por un sistema económico claudicante, que parecía preocuparse sólo con los ricos.

No obstante, según Arruda (1990), los burgueses contraatacaron y se utilizaron de los ejércitos para blindar la propiedad privada y los valores tradicionales, por lo mismo acaecieron bloques de represión contra los revolucionarios a lo largo del continente americano. En la Argentina, los militares asumieron el mando y a la brava estabilizaron la economía. En Brasil, según Cáceres (1993), Getulio Vargas le dio un golpe de Estado a Washington Luís y en seguida instaló una dictadura civil, pero su forma de proceder era similar a la de Yrigoyen en Argentina. Era populista, pero hizo cambios en pro del proletariado. Con relación a la defensa del capitalismo, persiguió a las manifestaciones organizadas por los subversivos y no vaciló en llevar a la cárcel a sus opositores. En verdad, Yrigoyen fue más duro que Vargas, sobre todo en el caso de la Patagonia rebelde, en la que se asesinó a centenares de obreros a sabiendas del presidente. Ambos caudillos no gustaban la expansión comunista, pero no dejaban de notar algunos de los reclamos socialistas: el pueblo no podía morirse de hambre, ni tampoco vivir sin expectativa ninguna. El problema es que el mandatario argentino no tuvo pulso firme ante la situación apocalíptica provocada por la Crisis del 29, en vista de que no consiguió detener el alto índice de paros, las protestas constantes y la caída de la economía. El desorden propició el condimento perfecto para la expansión de los ideales anarquistas y socialistas en la región. Por ello, vino la dictadura militar para frenar la anarquía en la que el Estado se encontraba y servir de amarga medicina para el sistema capitalista. Así, se logró mantener las bases del sistema capitalista intactas.

Quizá sin considerar tal situación, Arlt se aprovechó de la pieza para hacerle crítica al régimen militar. En la pieza, hay un momento en que los amigos de Susana van a visitar a Saverio, y se preocupan con lo insano de la seriedad con que se estaba encargando del papel: se compró una guillotina para mantenerse en el poder. Al tanto de esta ceguedad, Pedro le hace la siguiente pregunta:"Pedro: Pero, ¿para qué una guillotina, Saverio? Saverio: ¡Y cómo quieren gobernar sin cortar cabezas! Pedro: No es necesario llegar a esos extremos. Saverio: Doctor, usted es de esos ingenuos que aún creen en las ficciones democráticas parlamentarias" (ARLT, 2016, p. 56).

Cuando todos se marchan de la habitación, Saverio habla refiriéndose a sus “amigos”: Qué gentecilla miserable. Cómo han descubierto la enjundia pequeño-burguesa. No hay nada que hacer, les falta el sentido aristocrático de la carnicería. Pero no importa, mis queridos señores. Organizaremos el terror. Vaya si lo organizaremos (ARLT, 2016, p. 57).  A lo mejor la demencia se le había apoderado convirtiéndole en un maquiavélico coronel. Arlt no hizo eso por casualidad, puesto que una dictadura militar es siempre abrumadora, algunas veces crudelísima. El habla de Saverio es la de un tonto, que tienes sueños de grandeza y poca inteligencia para gobernar. Por el contexto, se puede identificar a Saverio con Uriburu. Además, si se dilatara la exégesis, bien se puede comparar el mantequero a dictadores fanfarrones como como suelen ser los de Latinoamérica.

Aunque una de las interpretaciones de la pieza remeta a la crítica de la dictadura de Uriburu, su nivel de alcance se puede alargar hasta el periodo de ascensión de las clases medias antes, durante y después de la Revolución francesa. En 1789 el hambre estimulaba a los súbditos parisienses a enojarse día tras día contra el despilfarro del rey Luís XVI, su esposa María Antonieta y una nobleza alejada de los intereses de los más pobres. La Revolución era inminente. Sin embargo, según Silio (1969), no todo el pueblo francés salió a las calles a protestar en contra del antiguo régimen, sino pobladores de Paris, centro del Iluminismo y gran difusora, por medio de sus intelectuales, de los cambios religiosos y políticos. Tales intelectuales provenían de distintos sectores sociales: la alta burguesía, interesada no en destruir la monarquía, sino en verse tratada con la misma cortesía daba a los nobles de sangre; algunos sacerdotes católicos, descontentos con la jerarquía de la iglesia; sectores de la pequeña burguesía, es decir, profesionales liberales, pequeños mercaderes que anhelaban mayor libertad de expresión y aumento de ingresos; y, en fin, la plebe en general, hambrienta y haraposa por ese entonces. A estos grupos se ha convenido llamar Tercer Estado.

En el calor de las protestas, el rey convocó la Asamblea Nacional, donde los representantes de dichas clases se enfrentarían a la nobleza y clero en busca de una salida a la crisis. Como no se aceptaron sus peticiones, los diputados del Tercer Estado se alejaron de los demás e hicieron su propia asamblea, en la cual el Rey, la nobleza y el clero no tuvieron asiento. Con el tiempo, empero, el sentimiento de camaradería entre los representantes del Tercer Estado se volvió en disensión, a raíz de los distintos intereses involucrados, de modo que surgieron dos partidos bien demarcados, que discrepaban mayormente en lo tocante a la forma política que mejor serviría a la Revolución: los girondinos y los jacobinos. Los primeros pretendían una monarquía constitucional, parlamentaria y, por lo general, se constituían por representantes de la alta burguesía, algunos segmentos del clero y de la clase media políticamente moderada; en cuanto a los jacobinos, anhelaban una república democrática e intransigente con lo que recordara el Antiguo Régimen, por ello se presentaban a sí mismos como los verdaderos revolucionarios, cuyos cuadros se componían principalmente de miembros de algunos segmentos de la clase media parisiense. Igualmente, en la asamblea revolucionaria se hacían escuchar dos grupos distintos: los moderados y los intransigentes.

Cuando los moderados de la alta burguesía y de la clase media comenzaron a exponer sus ideas, se les acusaron de traidores a la patria. Así, empezó el periodo conocido por “El Terror”. De hecho, los jacobinos llegaron al poder gracias al asesinato de miles de inocentes. Durante tal época, Danton y Robespierre, ambos jacobinos, convinieron en destruir a los moderados, por cuanto estos representaban un supuesto peligro a la recién formada república. Por consiguiente, por toda Francia, los partidarios de la monarquía o contrarios a los excesos de los jacobinos tuvieron sus cuellos degollados.

A lo mejor, si se mira tales actitudes desde la fría perspectiva de Maquiavelo, puede ser que uno las vea como fundamentales para la manutención de la república, al menos en aquel momento, pues, es verdad, los contrarrevolucionarios se organizaban fuertemente para la guerra civil. Sin embargo, la represión jacobina fue por encima incluso de lo enseñado por Maquiavelo, quien decían ser necesario al príncipe a veces actuar de manera cruel, pero rápida, para enseguida hacer lo bueno al pueblo. Con los revolucionarios franceses, no obstante, se llegó al culmen de la salvajería, de tal modo que el propio Danton, al darse cuenta de los excesos, empezó a pregonar por el fin del Terror, en vista de que muchos inocentes estaban muriéndose. En consecuencia, ello causó la división entre los propios jacobinos, con Robespierre al mando del grupo ultra radical, que exigía el recrudecimiento de la violencia; y Danton, del otro. Así, los antiguos aliados se enfrentaron, y Danton perdió, por lo que le condenaron a la guillotina por traidor. A partir de ahí, brotó el “Gran Terror”, protagonizado por Robespierre, y quizá el capítulo más brutal de Europa a lo largo de su historia.

A lo largo de la Revolución se creyó fundamental la destrucción del cristianismo, con lo que se pretendió una sociedad materialista y atea. Así que no tardó para que el pueblo, mayormente los de las afueras de Paris, se sublevara, lo que ha generado el triste episodio de la masacre de Vendeé[1]. Se ha confundido frecuentemente el deseo de los parisienses revolucionarios con los pobladores de las demás provincias francesas. Eso pasó a causa de la anarquía y la inminente necesidad del gobierno revolucionario recobrar el poder político. Hubo momentos en que la persecución política también se volcó hacia los de la calle. La gente común aún estaba atizada por los recientes sucesos e incendia por discursos anárquicos de Marat, por ello, juzgaba a diestro y a siniestro con la misma intensidad y crueldad. El gobierno revolucionario tuvo que contener esta gente, puesto que su protagonismo en la Revolución ya se había completado, y las cosas ahora debían ser entregues a la mano dura de una dictadura, donde el líder supremo sería Robespierre. Este, tiempos después, se percataría de lo imprescindible que es la religión para el pueblo. Aunque no se permitió la fe cristiana, considerada subversiva, se creó una basada en la razón y él, Robespierre[2], sería su mayor ministro en la Tierra. Para muchos, aquel se había vuelto loco. Sus excesos lo condujeron a la impopularidad, por esta razón fue arrestado y condenado a la guillotina. De Danton y Robespierre se puede sacar los cimientos de las más crueles dictaduras de los siglos siguientes. Danton representando las ultraderechas; y Robespierre, las ultraizquierdas.

¿Pero cómo la ociosidad o el rencor se relacionan con el tema revolucionario? Por lo general, las clases medias viven bajo continua presión, pues arriba de ellos están los ricos y poderosos (sean nobles, el rey, los burgueses etc.), y luego abajo se encuentran los pobres y miserables. Y su sueño, no siempre explícito, es el de un día enriquecerse y hacerse respetar como los ricos; no obstante, una de sus pesadillas es la posibilidad de caer en la pobreza. Eso hace siglos ocurre, pero solamente en los últimos tres es que se vio una serie de revueltas sistemáticas y sangrientas impetradas por las clases obreras y medias en contra del sistema establecido. En casi todas, sus cabecillas eran educados en instituciones oficiales de enseñanza y pertenecientes a las clases medias, incluso algunos muy bien acomodados. Tales cabecillas estaban rellenos de ideales humanitarios de igualdad o lucha contra las injusticias sociales. Sin embargo, la forma como varios intentaron disminuir tales injusticias hizo generar más daños e intolerancia.

En el seno de las clases medias hay dos tipos de luchadores: los que buscan por sus propias fuerzas superar las adversidades, y los que creen que las causas de sus problemas siempre están los demás. Los primeros, causan líos. Sin embargo, a los otros se les conocen por cierto grado de rencor agresivo. Es lo que pasa con muchos jóvenes hoy día, algunos incluso naturalmente dóciles, pero al ingresar en el estudio de determinadas doctrinas, se tornan rebeldes en contra del sistema y por todo protestan, creyéndose dueños de la verdad histórica, mientras los que discrepan de ellos son considerados enajenados políticamente.

Se puede interpretar a Saverio y Susana como símbolos de la clase media. El primero, de los que se descubren a sí mismos sin perspectivas en la vida, quedan depresivos y buscan vengarse; la segunda, como ejemplo de los educados que se autoproclaman responsables por ayudar a los pobres, y si estos no aceptan tal ayuda por las buenas, sufrirán represiones. Saverio es el estereotipo del ignorante que vive en su tranquila realidad, y que de golpe se percata de que todo eso es en vano. Así, medio aturdido, se ve sin rumbo, sin saber qué hacer. Habría dos posibles finales para enfrentarse a su dura y tragicómica existencia: aceptarse su condición o vengarse. En este último caso, la venganza le motivaría a actuar de una de tres formas dispares: a) participar de la escena, y demostrar para los demás los errores cometidos por ellos y reprocharlos directa o indirectamente; b) buscar enriquecerse trabajando duro, ahorrar e intentar superar a los que lo humillaron, pero sin creerse víctima del sistema; c) o, en fin, llenarse de rencor y buscar destruir no solamente a los que le humillaron, sino también a todos los que son ricos, independiente del origen de sus fortunas. Él eligió el primero camino, actuó de la misma manera como lo hicieron algunos personajes bíblicos, principalmente Jesús, que delante de sus opresores no dejó de apuntarles los errores y el camino de la justicia. Si el mantequero eligiera el segundo sendero, posiblemente actuaría como lo hicieron los girondinos durante las asambleas revolucionarias, pues no deseaban la eliminación de sus contrincantes de la nobleza, del clero o de la monarquía, sino que se querían hacer reconocidos como personas de igual valor. La tercera vía fue la escogida por Robespierre, Marat, Stalin y Hitler. A ellos se les quitaron la venda aún en la juventud. El primero tuvo una gran humillación cuando se deparó por vez primera con el rey. Un hecho banal de este hizo con que el prócer francés se resintiera de por vida con la monarquía: en la escuela, lo escogieron para recitar un texto ante el monarca, lo que se dio, pero el rey no lo tomó mucho en serio, en vista de que no lo comentó, ni siquiera le agradeció al joven por el trabajo. Así, según la leyenda, el tímido y aburrido Robespierre se dedicaría a fondo a los estudios siempre esperando la oportunidad de vengarse de la monarquía.

Otro buen ejemplo es el de Marat, hombre rencoroso, que si dependiera de él más de la mitad de Francia iba a parar a la guillotina. Pero cuando se mira su vida personal, uno se da cuenta de que había un médico frustrado, un periodista fracasado que, gracias a la Revolución, pudo al fin ser notado. Tras su asesinato, se lo transformaron en un dios, incluso le rindieron culto, quizá porque entre los suyos hubiese unos tantos que estuvieran en la misma situación moral que él. Hitler también se encaja en la descripción. Intentó ser pintor, se le cerraron las puertas; cuando llegó al poder echó la culpa de todos sus fracasos a los demás. Su ascensión no se puede comprender sin su odio almacenado. Él fue el típico hombre clase media revoltoso, que encontró en la violencia autoritaria su forma de desagraviarse. De Hitler hay incontables testimonios en los medios de comunicación masivos que atestan en contra de él, pero de Robespierre, Lenin y Stalin hay cierto silencio. Los partidarios de Robespierre, por ejemplo, suelen decir que en un primer momento la culpa por la miseria en el país la tenía el Antiguo Régimen, pero, después de la destrucción de la monarquía francesa, se lanzó la culpa a los burgueses. Según el razonamiento jacobino, la burguesía había traicionado a la Revolución, lo que generó la persecución masiva a todos los que no compartieran las mismas ideas con los jacobinos radicales.

Pero si Saverio recibió el duro golpe de una sola vez, el hombre de la Revolución francesa lo venía recibiendo desde hace muchas generaciones, pues el Iluminismo quitó de un sinfín de individuos la tranquilidad de la religiosidad y les puso en la mente la idea de que la razón es la suprema diosa de la humanidad. Sin el amparo de la religión, el hombre de ese entonces se tornó irrequieto e iracundo. Entonces, ¿Imagínese este nuevo hombre fruto de la Revolución francesa, en su mayoría impíos y rebeldes, dándose cuenta de que difícilmente tendrían la fama y la gloria que tanto buscaban? Sin la religiosidad para frenarles el odio, aceptaron la teoría de que sus males se daban debido a que la monarquía y la iglesia les impedían el ascenso. No obstante, luego de la caída de la monarquía, ellos pensaron que iban a tener el reconocimiento que tanto anhelaban. Por detrás de la lucha de emancipación del pueblo estaba un deseo de ascenso individual. El ejemplo jacobino se espació como un polvorín, por lo que las ganas de modificar el sistema ya no tenían marcha atrás.

 El hombre clase media, que cree que las letras lo harán mejor y más noble se depara a menudo con una triste realidad: sus muchos años de lectura a veces no servirán para tornarlo distinguido en la sociedad, ni tampoco millonario. De ahí que es muy común escuchar a algunos intelectuales decir que jamás cambiarían sus conocimientos críticos de la sociedad por la rica mezquindad de los burgueses. Aquí hay dos detalles. Primero, que “conocimiento crítico” allí es sinónimo de teorías que piensan la realidad desde la perspectiva de la lucha de clases, fuera de ello es como si el saber humano no existiera. Segundo, la “mezquindad de los burgueses” es casi un refrán que no raro encubre el rencor disfrazado de indiferencia.

La burguesía históricamente hizo de las suyas, pero hay centenares de burgueses que se hicieron ricos tras años de penosos esfuerzos, no obstante, muchos siempre los tacharán de explotadores. Después de tanta labor y sufrimiento, cuando montan una tienda más sofisticada y comienzan a distinguirse, los críticos los apuntan como si fueran villanos. Para tales, el triunfo del burgués es casi una afrenta, y pasan a considerarse como víctimas del sistema social capitalista. Ello a la revuelta es un paso. En el fondo se creen mejores que el burgués, pues aprendieron teorías igualitarias, teorías que rechazan el hecho de que la desigualdad es inherente a la naturaleza humana: incluso en los sistemas comunistas más firmes ella es notoria, y allí, por lo general, los más distinguidos pertenecen a una casta de empleados estatales seleccionada, y de eso George Orwell ya trató con refinada sutileza. Robespierre y Saverio pudieron haber tenido mucho en común en lo tocante a una posible manifestación de autoritarismo y violencia a causa de sus frustraciones personales.

Hay que añadir que personas como la desocupada Susana fueron también propagadoras de revueltas violentas, mayormente en el siglo XX, pero no a raíz de sus frustraciones personales, sino de la ociosidad casada con teorías contrarias a los valores judaico-cristianos, substancialmente el nihilismo. Susana y sus amigos simbolizan un tipo de gente que debido a su buena formación intelectual se toma el derecho de manipular al pueblo rumbo a un fin supremo, al menos según su concepción. No raro, los grandes responsables por las manifestaciones y protestas a lo largo del siglo XX eran hijos de la clase media acomodada, instruidos en buenas escuelas y facultades, y que, en gran medida, estaban ligados a una educación conservadora, la cual pronto negaron. Por ventura el caso más contundente sea el de “Che” Guevara. Hijo de familia acaudalada, estudiante de medicina, afanoso de aventuras y escape de lo aburrido de las ciudades, dejó de ser un típico argentino para transformarse en un temible guerrillero. En su famoso viaje de motocicleta se demuestra lo cuanto tenía de juguetón. Sin embargo, en un dado momento se dejó fisgar por las doctrinas que prevalecían en ese entonces, y se creyó el responsable por cambiar la vida del pueblo. Si estuviese estudiando o trabajando de verdad, tal vez no hubiera tenido tanto tiempo libre. Participó de la Revolución cubana, y aquí no se le puede quitar los méritos: hombre de coraje y valor. Pero después de la toma de Cuba se dio cuenta de que la única cosa que de verdad sabía hacer era guerrear. El Che homicida empezaba a reemplazar al revolucionario. Según Márquez (2017), nada poseía de democrático: mataba sin juicio previo, hizo el primer campo de concentración para homosexuales y persiguió a los pobres campesinos que no querían participar de las guerrillas. En algún momento parece haber ensandecido, y buscaba, así como Susana, cortar el cuello a un usurpador de las libertades de la gente.  Así como pasó con Marat durante la Revolución francesa, la muerte de Guevara lo alzó a una especie de mártir.

Cuando se miran los países que pusieron los ideales socialistas en práctica, se percibe que no pocos se tornaron dictaduras sangrientas. El hecho es que las dictaduras anticapitalistas existieron, sin embargo, sus defensores no las tratan como tal, sino como “repúblicas igualitarias”. Además, aborrecen todas las dictaduras militares capitalistas por dos motivos: uno, los militares lograron, por las armas, impedir el avance y toma de sus países por las fuerzas alineadas con URSS, sobre todo después de la segunda mitad del siglo pasado; el otro, es que los militares dieron tiempo para que los burgueses se arreglasen con los operarios. Ya en las décadas de los setentas del siglo anterior, los obreros de la mayoría de los países capitalistas no se sentían tan motivados para irse a las protestas o huelgas organizadas por los sindicatos, puesto que sus sueldos ahora les permitía comprar una casita, quién sabe con bastantes ahorros un coche, y vivir algo sosegados. Incluso algunos estaban más preocupados en montar su propio negocio que en ir a las calles pregonar en contra del sistema. Eso no fue por casualidad. Los pro capital no hicieron las reformas laborales solamente por amor al pueblo, sino como una necesaria reformulación del sistema capitalista, cuyos líderes al fin se daban cuenta de que sin el obrero alimentado y con capacidad de consumo el liberalismo se iba a la autodestrucción. En consecuencia, antiguos defensores de los regímenes socialistas, ahora hacían críticas a ellos. Vargas Llosa, por ejemplo, dijo lo siguiente: “Creo que Cuba se va abrir a la corta o a la larga -más bien a la corta-. El experimento comunista clarísimamente es un fracaso total” (Llosa apud Martí, p. 01, 2018).

3. CONSIDERACIONES FINALES

Aunque la monarquía, nobleza, clero y burguesía fueron culpables de varias opresiones al pueblo, no se debe olvidar de que del seno de las clases medias surgieron manifestaciones sangrientas que se esparcieron a lo largo del siglo XX. Algunos de los principales responsables por el sometimiento y terror en tal siglo, independiente de sus tendencias políticas, vinieron de las clases medias u obreras y no de las elites económicas. Es como si los adinerados fuesen los únicos capaces de causar daño, mientras que los revolucionarios hijos de las clases medias quedarían como idealistas anhelosos de mejorar el mundo. Las dictaduras que resguardan los intereses de los capitalistas suelen ser execradas, mientras las que supuestamente trabajan en pro del pueblo tienen sus actos violentos mermados. Se atribuye el mal exclusivamente a la burguesía y se calla respecto a los revolucionarios.

En el contexto de la Guerra Fría, dos fuerzas se enfrentaban: los defensores del capitalismo contra los del comunismo. Ambos bandos cometieron atrocidades. Pero se echa la culpa solo a los militares que defendieron la causa capitalista. Se difunde por los medios que dictadura militar defensora de ideales neoliberales es mala, en tanto las dictaduras militares defensoras del proletariado trabajan en pro de la justicia social. Quizá el ejemplo más contundente esté en la Venezuela de Nicolás Maduro. La revolución bolivariana llegó democráticamente al poder, pero se mantiene gracias al apoyo del ejército, el cual no duda en encarcelar a cualquiera que discrepe de las políticas revolucionarias. Es una dictadura, pero les cuesta a muchos defensores de los derechos humanos reconocerlo. Al revés, dicen que hay fuerzas burguesas destructoras de Venezuela y responsable por el resquiebre del país. De hecho, eso posee algo de verdad, pero no se puede decir que la administración actual de aquella nación no sea responsable también del sufrimiento de su pueblo. Tanto las clases obreras, políticas y empresariales ya intentan unirse en contra del régimen, que las reprime de forma contundente.

Ese tipo de unión se dio también durante la Revolución francesa: hasta la caída del Antiguo Régimen en Francia, había cierto grado de acuerdo entre tales clases, cuyos representantes se acaparaban los títulos de defensores del pueblo. Sin embargo, a lo largo de la Revolución, se reprochó a los burgueses su desinterés por los proletarios y acercamiento a la monarquía constitucional. Por esta razón, fueron rechazados. Luego quedaron solo los miembros más distinguidos de algunos sectores de las clases medias, sobre todo los más escolarizados, que se autoproclamaban los únicos bienhechores de las masas. Lo peor es que cuando representantes de las masas, que realmente sentían los problemas vivenciados por ellas, se hacían escuchar, luego eran silenciados por los cabecillas susodichos.

Los dirigentes de las sangrientas revueltas en los dos siglos siguientes salieron de tales sectores, a veces guiados por intereses individuales basados en el rencor o aburrimiento. Tales cabecillas tenían, por lo general, el don de la oratoria, por lo que lograban hechizar las muchedumbres. Hombres como Danton, Robespierre, Napoleón Bonaparte, Hitler, Stalin, Mao Tse-Tung, Abimael Guzmán representan bien este poder hechizador.

Saverio podría muy bien haber hecho violencia y vengarse de sus burladores. Pero no lo hizo, es decir, tomó el camino opuesto al de Robespierre o Hitler. A su vez, Susana, desde su aburrimiento, se creía la responsable por hacer el mantequero salir de su condición de subyugado, creyendo así que él dejaría de sufrir. Ella estaba loca, pero su locura había logrado seducir a muchos más que, con aires de superioridad, se habían aprovechado de la ingenuidad de Saverio para burlarse de él de forma contumaz.

REFERENCIAS

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PRADO JR, Caio. História económica do Brasil. Editorial brasiliense, São Paulo, 1976.

SILIO, Vicente. Nuevo manual de la historia de España. Ediciones iberoamericanas s/a, Madrid, 1969.

 


[1] La Vendeé fue una región que prefirió el extermino total a renegar de su fe.

[2] Pero tras su muerte, sirvió de inspiración y modelo para para una serie de caudillos y dictadores. En los siglos siguientes, lo de la divinización de la imagen del dictador se mantuvo como rasgo característico de las dictaduras, principalmente a lo largo del siglo XX. Basta con mirar, durante las paseatas militares, los gigantescos carteles con los rostros de Stalin, Hitler, Mao o Kim Jong-un, por ejemplo, para uno darse cuenta de la idolatría a tales caudillos. La gran violencia durante las revoluciones francesa, rusa, fascista, nazista, maoísta, cubana, sandinista, bolivariana etc. tuvo como causa primera los graves problemas sociales por los cuales tales sociedades pasaron. Un Hitler o un Stalin no llegan a la cima del poder si no hay una convulsión social avasalladora que los empuje.

 


Autor

  • Elton Emanuel Brito Cavalcante

    Doutorando em Desenvolvimento Regional e Meio Ambiente - UNIR; Mestrado em Estudos Literários pela Universidade Federal de Rondônia (2013); Licenciatura Plena e Bacharelado em Letras/Português pela Universidade Federal de Rondônia (2001); Bacharelado em Direito pela Universidade Federal de Rondônia (2015); Especialização em Filologia Espanhola pela Universidade Federal de Rondônia; Especialização em Metodologia e Didática do Ensino Superior pela UNIRON; Especialização em Direito - EMERON. Ex-professor da rede estadual de Rondônia; ex-professor do IFRO. Advogado licenciado (OAB: 8196/RO). Atualmente é professor do curso de Jornalismo da Universidade Federal de Rondônia - UNIR.

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