LA CUESTIÓN INDÍGENA RESPECTO A LAS CONSECUENCIAS DE LA COLONIZACIÓN ESPAÑOLA:

UN ABORDAJE A PARTIR DEL ANÁLISIS DE LA PIEZA ADIÓS, ROBINSON DE JULIO CORTÁZAR

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El artículo analiza lo ideológico por detrás de la cuestión indígena actual, a partir de la pieza Adiós, Robinson de Julio Cortázar, la cual aborda el tema de la autonomía indígena ante el espíritu europeo.

Resumen: El artículo analiza lo ideológico por detrás de la cuestión indígena actual. Sobre eso, hay los que defienden la conservación de la cultura aborigen; otros puntualizan ser necesario al indígena, mayormente el campesino, actuar como un caníbal cultural, es decir, aprovecharse de todo lo tecnológico y científico que el Occidente podría ofrecerles. Como punto de partida del análisis, se tendrá la pieza Adiós, Robinson de Julio Cortázar, la cual aborda el tema de la autonomía indígena ante el espíritu europeo. La tesis aquí defendida es que el imperialismo político-económico por sí solo es malo, por lo que no se debe ocultar que en la América precolombina hubo imperios tan violentos como el español. Por lo tanto, tanto el imperio español y los aborígenes, así como las repúblicas burguesas y comunistas, cometieron atrocidades a los campesinos indígenas. Las repúblicas latinoamericanas, sin embargo, a raíz de esa falla social, buscan a chivas expiatorios, siendo el imperio español el más común. Además se crearon la noción de un indio idealizado, mientras que el real continúa a sufrir a menudo martirios.

Palabras clave: cuestión indígena. canibalismo cultural. Imperialismo. colonizador.

A QUESTÃO INDÍGENA EM RELAÇÃO ÀS CONSEQUÊNCIAS DA COLONIZAÇÃO ESPANHOLA: UMA ABORDAGEM DA ANÁLISE DA PEÇA ADEQUADA, ROBINSON DE JULIO CORTÁZAR

Resumo: O artigo analisa o ideológico por trás da atual questão indígena. Sobre isso, há aqueles que defendem a conservação da cultura indígena; outros apontam que é necessário que os indígenas, principalmente os camponeses, atuem como um canibal cultural, isto é, aproveitem todas as coisas tecnológicas e científicas que o Ocidente poderia lhes oferecer. Como ponto de partida da análise, tem-se a peça Adiós, Robinson de Julio Cortázar, que aborda a questão da autonomia indígena diante do espírito europeu. A tese defendida aqui é que o imperialismo político-econômico por si só é ruim, por isso não se deve esconder que na América pré-colombiana havia impérios tão violentos quanto os espanhóis. Portanto, tanto o império espanhol quanto os aborígines, bem como as repúblicas burguesas e comunistas, cometeram atrocidades contra os camponeses indígenas. As repúblicas latino-americanas, no entanto, como resultado desse fracasso social, procuram bodes expiatórios, sendo o império espanhol o mais comum. Além disso, criou-se a noção de um índio idealizado, enquanto o real continua sofrendo com frequência os martírios.

Palavras-chave: questão indígena. canibalismo cultural. Imperialismo. colonizador.

THE INDIGENOUS ISSUE WITH REGARD TO THE CONSEQUENCES OF SPANISH COLONISATION: AN APPROACH FROM THE ANALYSIS OF THE PIECE ADIÓS, ROBINSON OF JULIO CORTÁZAR

Abstract: The article analyzes the ideological behind the current indigenous issue. On that, there are those who defend the conservation of aboriginal culture; others point out that it is necessary for the indigenous, mainly the peasant, to act as a cultural cannibal, that is, to take advantage of all the technological and scientific things that the West could offer them. As a starting point of the analysis, we will have the piece Adiós, Robinson by Julio Cortázar, which addresses the issue of indigenous autonomy before the European spirit. The thesis defended here is that political-economic imperialism by itself is bad, so it should not be hidden that in pre-Columbian America there were empires as violent as the Spanish. Therefore, both the Spanish empire and the aborigines, as well as the bourgeois and communist republics, committed atrocities against the indigenous peasants. The Latin American republics, however, as a result of this social failure, look for scapegoats, the Spanish empire being the most common. In addition the idea of ​​an idealized Indian was created, while the real one continues to suffer often martyrdoms.

Keywords: indigenous issue. cultural cannibalism. Imperialism. colonizer.

 

1. INTRODUCCIÓN

Los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega y la pieza Adiós, Robinson de Julio Cortázar abordan la cuestión indígena: el primero de forma directa y contundente, mientras el otro, subrepticiamente. Garcilaso, príncipe inca, mestizo, hijo de capitán español con cortesana indígena, desvela en su texto lo bueno y malo de los pueblos andinos y de los imperios inca y español: afirma que los preincaicos vivían en completa salvajería, por lo que la etnia inca vino a darles civilidad, lo mismo haciendo después los españoles con los incas. Así, para Garcilaso, la conquista española tenía que ver con la voluntad divina en esparcir el cristianismo por todos los términos de la Tierra.  Cortázar, por su vez, es un intelectual argentino de tendencias progresistas que vivió durante la Guerra Fría, tomando partido contra la forma que se dieron la conquista y colonización en América. De sus hablas, se puede inferir reproche hacia la sociedad cristiano-capitalista, así es defensor de la cultura indígena.

Con estos dos autores, además de las charlas que mantuvo con intelectuales cusqueños favorables o no al proceso de integración del indígena al paradigma capitalista de producción, el investigador ha resuelto analizar el rol de la colonización europea a partir del probable conflicto entre Viernes y Robinson, personajes centrales de la pieza de Cortázar. El primero es el indígena que logra autonomía, pero que por voluntad prefiere mantenerse bajo la protección de la cultura occidental; mientras el segundo es el europeo que reconoce que el progreso capitalista, lleno de ventajas económicas, termina por sofocar la espontaneidad de la vida. 

La compleja relación entre aceptar o rechazar el desarrollo europeo subyace en la pieza de Cortázar, haciendo uno cuestionarse cuál es la real consecuencia de la colonización en la vida del latinoamericano contemporáneo, sobre todo del indígena. Así, al investigador le vino la idea de examinar tal cuestión más a fondo, con todo bajo una perspectiva distinta de la que se suele asistir en las clases o en las pantallas: defiende que, pese a lo malo de la conquista y de la explotación a lo largo del periodo colonial, España dejó huellas civilizadoras imborrables en la región; por lo tanto, contesta en parte la corriente que echa a los españoles la culpa de todos los problemas acaecidos hoy en Hispanoamérica, puesto que sus partidarios se olvidan de que, desde el proceso de emancipación en el siglo XIX, el imperio español dejó de guiar los rumbos de la región, dejándolos a manos de las emergentes repúblicas capitalistas y comunistas, democráticas o no, que, por su turno, no lograron resolver tales problemas todavía, mayormente el relacionado al indio, y que, a causa de eso, se busca a chivos expiatorios, siendo el colonialismo español uno de los principales. Por consiguiente, para solventar el problema hay que delimitarse primero el concepto de indígena. Este aquí se clasificará en dos grupos: primero, los campesinos herederos de la tradición precolombina, que por lo general viven de la pequeña agropecuaria, participando de alguna forma del capitalismo comercial, pero alejados de los conflictos urbanos; segundo, el que se mantiene en la jungla apartado de la cultura europea por creerla mala y deseando mantenerse así por respeto a la forma de vivir de sus ancestros. Estos dos grupos sufrieron y sufren a raíz de la expansión imperialista. Pero no se debe atribuir el rasgo imperialista apenas al europeo, por cuanto el inca, el azteca y otros tantos pueblos precolombinos actuaron del mismo modo. Los españoles, es vedad, llevaron tal práctica al extremo, sin embargo las repúblicas actuales, burguesas o comunistas, continúan con actitudes iguales, pero fingen no hacerlo. En consecuencia, en naciones como la Cuba de Fidel o la Argentina de Macri se echa la culpa a España y se añade la noción “políticamente correcta”, aunque alejada de la verdad, de que el Imperio Inca, por ejemplo, no fue dañino al indígena campesino, intentándose con eso mermar la maldad que suele existir en toda y cualquier forma de expansión territorial, sea republicana o monárquica, indígena o europea. Los tipos de indígenas susodichos continúan a ser masacrados, mientras tanto las repúblicas contemporáneas, auto engañándose, no quieren atentar al hecho de que en las ciudades hay blancos, mestizos, amerindios, asiáticos, negros, etc. que se benefician de la explotación de los indígenas a raíz de la expansión urbana, quitándoles día tras día sus tierras, sea para el plantío en larga escala, necesario para la manutención del patrón de vida citadino, sea para garantizar viviendas a los desplazados de las urbes. No se debe olvidar asimismo que una cantidad gigantesca de las elites y acomodados del imperio inca pactaron con los españoles y juntos lograron mantener el indígena pobre sojuzgado. En suma, la intención de este artículo no es mermar la participación de España en la explotación del aborigen, pero además atribuirse al imperialismo precolombino, republicano capitalista o comunista su debida cuota en la calamidad por la cual el campesino indígena y las tribus amerindias silvestres viven hoy.

2. LO MALO DE LOS IMPERIOS

Los imperios son responsables por la riqueza de unos cuantos gracias a la explotación de las naciones conquistadas. No por casualidad, los primeros cristianos los combatieron. En efecto, en el Génesis se le prohíbe al hombre construirse grandes ciudades, puesto que en ellas prevalecerían la codicia y el consumo de lo superfluo, lo que generaría un círculo vicioso: el consumo en larga escala forja la necesidad de mayor producción, y esta, por su vez, carece de mano de obra que la efectúe, lo que obliga a un despliegue de fuerzas a hallar personas que quieran hacer parte del sistema a bajos sueldos, como no se las encuentra, la salida es dominar a los más débiles: este es el primer impulso rumbo a la esclavitud.

Según la Biblia, Nemrod fue “el primero que llegó a ser poderoso en la tierra. Este fue un vigoroso cazador ante el Señor […] los primeros centros de su reino fueron: Babel, Erec, Acad y Calne […]”  (Génesis 10, 8 -10). Con este rey caldeo, por vez primera, se lanzaron las bases de un Estado que unificó el poder político y religioso, con lo cual se garantizó la expansión territorial. Por lo mismo, al morir Nemrod se le transformaron en un dios, a quien se destinaron alabanzas en detrimento de las que se practicaban al Dios eterno. Cuando se dice que tal imperador fue poderoso en la tierra, se le puntualiza haber sido el primero en construirse un imperio y subyugar a los hombres. En cuanto a ser vigoroso cazador ante el Señor, eso implica que era en verdad opositor a Jehová, en vista de que idealizó la construcción de la torre de Babel, en clara afrenta a la orden de Dios, quien le dijo a Noé, luego del diluvio universal, jamás volvería a exterminar la humanidad por medio de anegaciones. Nemrod no creyó a Dios, e impuso la torre para que, al menos los más distinguidos, en ella se abrigaran cuando viniera otra inundación. Además, la torre llevaría al hombre a estar cara a cara con Dios: deseaban imponerse sobre el Creador, por no aceptarse el castigo dado a Adán y Eva.

Este rasgo de arrogancia y anhelo de conquistas se esparció a lo largo del tiempo. A lo mejor una de las naciones más empecinados en ello haya sido la romana, madre espiritual del imperio español. Cuando Castilla arribó en América trajo una forma de producción basada en el esclavismo y expropiación: varias tribus indígenas fueron víctimas de la ganancia, de los botines, usura y prejuicios del conquistador. La búsqueda de metales preciosos hizo que se les obligara a los nativos a cavar minas profundas, causa de muchas mortandades. ¿Cómo una corona cristiana pudo haber permitido espeluznantes acciones si las enseñanzas de Jesús y de la Iglesia primitiva combatían a cualquier tipo de violencia, pregonándose al revés la fraternidad y obediencia a los mandamientos de Dios? Este cuestionamiento hizo que desde el siglo XIX se le atribuyera en gran medida a España la culpa de todos los males sufridos por los precolombinos.

Sin embargo, a comienzo del siglo XIX, se comenzó a derrumbar el imperio español. El ideal republicano de libertad, igualdad y fraternidad se esparció en Sudamérica, por lo que en pocas décadas la región dejaría de ser colonia, dividiéndose en varias repúblicas, en las cuales surgiría pronto el dilema sobre qué tipo de modelo político-administrativo adoptar (Campos, 1988). Tal cuestión sería el motivo de varias guerras civiles (Silió, 1969). Eso fue muy acentuado en el sitio antes conocido como el Virreinato del Río de la Plata, puesto que allí las provincias se peleaban entre sí debido a un tema árido: ¿Debería el  territorio dividirse en varias pequeñas repúblicas o mantener el formato político-administrativo heredado del ex virreinato, cuya sede era en Buenos Aires? (Cáceres, 1988). La burguesía bonaerense se había enriquecido gracias a los aranceles cobrados a los comerciantes y estancieros de las provincias, que no tenían otro puerto por donde exportar sus mercancías. Así, en el trasfondo, había conflictos comerciales en los que la producción rural rivalizaba con la urbana, siendo esta identificada con la civilización, mientras el mundo rural se lo consideraba salvaje por haberse basado en la recolección, en el vivir rudo de gauchos e indios, en el catolicismo que rayaba al feudalismo y, por consiguiente, en fuerte rechazo al capitalismo industrial (Sarmiento). Es en este contexto que se ubica la cuestión indígena, pues el rencor de muchos no era en contra del indio asimilado a la cultura occidental, puesto que este en algunas provincias vivían en relativa paz con los criollos y mestizos, incluso frecuentaban las campañas militares en defensa de este o aquel caudillo local, sino a aquel que luchaba por mantener sus raíces ancestrales y la tenencia de largas cantidades de tierras donde podrían vivir de la caza, pescado y recolección. No se habían sujetado a España, ni tampoco a las repúblicas, alargándose la lucha contra el imperialismo europeo y criollo: a menudo, como táctica guerrillera, secuestraban mujeres blancas, robaban ganado, saqueaban estancias y quemaban casas, lo que les hacía ser odiados profundamente. Así, sobre todo en las metrópolis, se veía en general a los indios rebeldes como agentes de destrucción o retraso. En Argentina, Sarmiento advertía que el indígena era un entrabe a la civilización. Era apenas uno entre millones que así pensaban, tanto es verdad que años después Argentino Roca haría la campaña de expansión y conquista territorial de las tierras indígenas en el país, exterminándose en gran medida a los aborígenes. Por consiguiente, el indio en la república continuaba a sufrir los mismos martirios, estando dependiente su vida del buen ánimo de los caudillos provincianos o de las políticas estatales. Sí luchase por autonomía y perjudicase a los intereses de los caudillos, ciertamente les sería declarada la guerra; si no se adecuaran al expansionismo y a la industrialización, se les venía encima el ejército nacional.

Mientras al indio se iba contralando, diezmando o expulsando de sus tierras a lo largo de todo el siglo XIX, vino a Latinoamérica un movimiento artístico-cultural, el Romanticismo, que en una de sus vertientes puso paradojamente el indio como héroe nacional. El nacionalismo romántico en Europa tuvo como telón de fondo las guerras contra el imperialismo napoleónico. Así, tras un momento de euforia con la Revolución Francesa, los intelectuales se percataron de que la Francia revolucionaria se había tornado un poder opresor como el romano a su tiempo, por lo que, habiéndose que enfrentar al invasor, era necesario crearse un espíritu noble y valeroso (Evans, 1953). Y aquí la Historia tuvo papel relevante, pues la intelectualidad anti napoleónica se volvió al pasado buscando inspiración en las hazañas guerreras de los caballeros medievales y antiguos: su honor, su brío, desapego a lo material en nombre de una causa sublime, su fe, su pasión, su trato hacia la mujer, etc., todo se idealizó. Por consiguiente, sus lectores, por lo general urbanos, viviendo en plena expansión de la Revolución industrial, se encantaban con los hechos nobles de sus ancestros y a la vez se creaban la mentalidad viril que la guerra necesita.

En América, con todo, ese nacionalismo tuvo algunas connotaciones distintas. En un primer momento, sirvió de inspiración contra la Metrópolis, pero vencida esta, fue el sostén para la consolidación de las repúblicas latinoamericanas. En Argentina, por ejemplo, muchísimas colonias, incluso tras la promulgación de la constitución y la creación del Estado nacional, no se sentían “argentinas”, rindiendo cuentas más al caudillo local que al poder nacional. Por consiguiente, se ponía necesario hallar héroes locales, por lo que se hizo revivir lo bello de los imperios y naciones aborígenes derrumbados por el colonizador. Así que un indio idealizado figuraba en las obras literarias del periodo. En Paraguay y Brasil, por ejemplo, se le atribuyó las mismísimas características del caballero medieval idealizado: honor, valor, disgusto por las cosas materiales y el amor platónico, mientras el indio real continuaba a sufrir barbaridades (Nicola, 1998).

Ese idealismo respecto a los indios en mayor o menor grado estuvo presente en el siglo XX, con un agravante: ahora tanto las repúblicas burguesas y comunistas se los reivindicaban para sí. Y eso posee trasfondo histórico, puesto que, durante la Guerra Fría, el continente americano se quedó dividido bajo republicas comunistas y burguesas, vacilándose ambas en lo tocante a los principios democráticos, pero reafirmando el concepto constitucional y la máxima de que sus gobiernos trabajaban en pro del pueblo. Por lo tanto, se demarcaba claramente el surgimiento de dos polos: el capitalista, donde la noción de libertad prevalecía sobre la de igualdad, y el comunista, que hacía justo el revés. Gracias a las ideas socialistas, se ha puesto la cuestión indígena en la agenda progresista como forma de combatir al sistema capitalista, por lo mismo recrudeció la noción de que el problema indígena fue empezado por la colonización española y que esta de alguna forma no tuvo fin, porque los criollos continuaron administrando los rumbos de las naciones de la misma manera prejuiciosa. En consecuencia, habría que erradicar la mentalidad criollo-burguesa e imponérsela el modelo indígena de pensar. El telón de fondo era una guerra étnica, pero se decía la cosa de forma “políticamente correcta”. Este pensamiento se esparció incluso por las repúblicas capitalistas: en el cine, música, libros, revistas, universidades, etc. se empezó a hacer una revisión histórica, y se llegó a la conclusión de que sí el hombre blanco había hecho cosas malas con los indígenas, era imprescindible repararlos históricamente. Entonces, el indio utilizado en el movimiento nacionalista del siglo XIX renacía, ahora no con la función de consolidar la identidad nacional para las jóvenes repúblicas, sino la de reparar la violencia provocada por tales repúblicas. Eso alcanzó a muchísimos herederos sanguíneo-culturales de los colonizadores, los cuales pasaron a sentir algo de remordimiento por las actitudes malas de sus ancestros. Y, además de la imagen de indio sufrido, humillado, robado, los hijos de la burguesía aceptaron la idea de multiculturalismo o que el concepto de nación es innatural, por lo que todo hombre es un ciudadano cosmopolita, no habiendo fronteras entre el indio y el “blanco”. Con esta teoría en manos, muchos jóvenes de familias criollas se iban a las calles pregonando contra la cultura ortodoxa de sus padres, el capitalismo salvaje, la liberación de las drogas, de la pornografía, etc. Es decir, no pocos hijos de la burguesía tradicional, bien alimentados, ingresados en buenas escuelas y universidades, protestaban contra el mundo que sus padres y abuelos les habían dejado. Pero, paradojamente, la única forma que estos hijos podrían verdaderamente reparar el daño al indígena sería destruyéndose todo lo que sus padres habían construido, luego eliminar a los blancos, incluyéndose ellos propios. Pero en verdad se armó una gran celada: los jóvenes en las calles protestando contra el mundo burgués, contra la forma de dominación imperial americana, contra los abusos a los indígenas, mientras tanto, estos continuaban a morir, y una de las causas era justamente la brindada por tales jóvenes, los cuales pregonaban el libre amor y el cosmopolitismo, lo que generó una explosión sexual y, en consecuencia, un índice elevado de natalidad. A la vez, esa explosión natalicia no fue igual entre los indígenas, quienes son conservadores y no desean que sus fronteras étnicas, culturales y políticas sean asoladas. Por consiguiente, habiendo nascido más blancos y mestizos, y poseedores de un sistema de salud mejor, lo que les garantizaba mayor esperanza de vida, ¿dónde esas criaturas iban a vivir? ¿Y cómo alimentárselas, si no por medio de una revolución agropecuaria, que, por supuesto, exige mayor deforestación y tenencia de tierras? Es decir, la populación urbana crecía más rápidamente que la indígena, que día tras día tenía que huir de sus tierras a causa de la urbanización sin control. Las tribus indígenas en las junglas no luchan por incorporarse a la vida urbana, sino más bien huir de ella, y el campesinado indígena solo quería vivir en su pequeña propiedad sin atropellos, pero la aspereza de la urbanización tarde o temprano los alcanza.

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Por todo eso, se puede decir que aquellos jóvenes rebeldes se podrían dividir en dos bloques: los inconscientes y los conscientes. Los primeros estaban más motivados por la liberación de las cadenas de la iglesia y de la familia, y por esta razón iban a protestar contra algo que no conocían bien. En pocos años se percataron de que luchaban contra sí mismos, por lo tanto volvieron a las costumbres de sus padres y se aferraron más firmemente a los valores tradicionales. El segundo grupo era formado por intelectuales que sabían que la cuestión cultural era solo un matahambre para la principal: el cambio del régimen político-administrativo. Entre tales intelectuales también había dos grupos que, no raro, peleaban entre sí: los que creían ser posible la revolución tan solo por medio de cambios educacionales, y los que además de la revolución cultural pregonaban el uso inmediato de las armas para forzar la destrucción del individualismo burgués. En el siglo XX, personas como Jorge Luis Borges y Cortázar, típicos intelectuales burgueses, nobles en su porte y conducta, estaban muy cerca del primer grupo. Como muchos, creían necesario implantarse una mentalidad socialista por medio de las leyes y escuelas, es decir, cambiar la superestructura para que las estructuras se derrumbasen por sí solas. Ese discurso es el mismísimo de Jesús, la diferencia es que este jamás pregonó contra la fe o la religión como lo hicieron muchísimos intelectuales del siglo anterior. Si en las sociedades capitalistas, desgraciadamente, la religión ha sido utilizada muchas veces como forma de auxilio al poder imperial, en las sociedades comunistas le quitan al hombre el consuelo que la religión le puede dar en los momentos de angustia a lo largo de la existencia.

En el otro grupo, sin embargo, estaban los guerrilleros revolucionarios, llamados por los capitalistas “terroristas”, en tanto los comunistas los trataban por “jóvenes idealistas”. Eran influenciados por Marx, Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, Fidel y Che a implosionar las repúblicas burguesas. En el Perú hubo un ejemplo clásico de ello. En fines del siglo XX, tal país ha sido revolcado por Sendero Luminoso, movimiento de origen maoísta y con fuertes tintes hacia la lucha indígena. Sobre ello, hay que admitirse haber Abimael Guzmán, cabecilla del grupo, razonado correctamente al decir: “Cómo explicar la existencia de un movimiento que desarrolla una guerra popular durante ocho años sin ayuda internacional si no tuviera apoyo de las masas?” (Cossio, 2016, 102). Es innegable: las ideas que fomentaron el  terrorismo se esparcieron pronto entre las masas indígenas desnutridas, sin trabajo y víctimas de prejuicios constantes. Guzmán sabía que el problema del Perú era la desigualdad y pobreza. Advertía además que el imperio español y la república burguesa solo trajeron beneficios para algunos, mientras los pobres quedaron sin atención. Así, apenas se había cambiado de amo. Por lo que era necesario destruir la sociedad capitalista y reconstruir un nuevo hombre, con mentalidades igualitarias, sin lujos, sin codicia y sin prejuicios.  Si uno mira fijamente, este es también uno de los intentos de Jesús, de todos los profetas y sabios a lo largo de la historia, pero ninguno de ellos ha pregonado la violencia como medio para llegarse a la paz. La violencia fue la herramienta principal de Guzmán que, pese a sus intenciones igualitarias, ordenó el ajusticiamiento de un sinfín de hombres y mujeres. Y si se hubiese mantenido fiel a la doctrina de exterminar a los ricos sería al menos coherente con sus ideas, pero además del asesinato de ricos hacendados, mandó ajusticiar a campesinos de raíces amerindias o no por el hecho de que estos no quisieron participar de matanzas orquestadas por un grupo que, escondido atrás del antifaz de defensa de los pobres, se los utilizaba en el fondo como carne de cañón para implantar un régimen dictatorial anticapitalista. Muchos campesinos eran indios y estaban en sus tierras tranquilos cuando Sendero llegó obligándolos a aprender dogmas anticapitalistas y a creer que sólo por la guerra se llegaría a la salvación (Jara, 2017). Las ideas políticas de Guzmán causaron tanto daño al campesinado como lo hicieron los españoles a su tiempo, pues pregonaba él que la “verdadera” libertad sólo vendría con la muerte de todos los que discreparan de su forma de pensar. En verdad, para que la igualdad prevaleciera quizá hubiese que exterminar más de la mitad del Perú. El propio Guzmán, nutrido en sociedad capitalista, profesor de una universidad financiada por el capital, urbano, utilizándose del mundo creado por los capitalistas, mestizo, sangre blanca e indígenas en sus venas, para ser fiel a su doctrina, debía abandonar América y dejar la tierra apenas para los indios pura sangre. Eso no pasará.

Los dos grupos citados se crearon la propaganda de que no hubo imperios precolombinos malos. Por consiguiente, un mito se esparció en los medios: el del indígena incapaz de codiciar o crearse un imperio avasallador. Es como se antes de Colón se viviera pacíficamente en América, siendo las guerras escasas. Es verdad que un gran número de tribus precolombinas, por estar alejadas de las desavenencias oriundas del comercio, se mantuvieron en relativa paz por siglos. Sin embargo, hubo experiencias colonialistas violentas, como es el caso de las azteca e incaica. En lo tocante a esta, hay una corriente que mitiga los hechos malos de los incas y sobrevalora sus logros, puntualizando, sí, que los incas fueron expansionistas, aunque habría habido una dominación justa, garantizadora de harta comida y tranquilidad a lo largo y ancho del imperio. Ejemplo de tal alegato es el habla de Luis E. Valcárcel:

Solo por lejana analogía puede llamarse imperio a una organización política que careció de los caracteres comunes a todos los imperios: imposición violenta de una minoría acaparadora del poder y la riqueza, explotación de pueblos de distinta cultura, opresión de grandes mayorías. Nada de eso nos ofrece el análisis del Estado incaico, en el cual el ejercicio de la autoridad estaba repartido entre el gobierno central y los gobiernos locales, en una estructura armónica que permitió el desenvolvimiento de un sistema económico que desembocaba en el bienestar universal, gracias a los adelantos técnicos aplicados a una agricultura de gran producción (Valcárcel, 2011, p. 25).

Ante todo, defiende el autor que los incas no fueron imperialistas. Sin embargo, los defensores de tal corriente no raro afirman haber sido gracias a la malicia española que algunas tribus se levantaran en armas contra el núcleo del imperio inca. Pero ¿si todo estaba a maravillas, por qué se rebelaron entonces? Sin darse cuenta, el propio Valcárcel lo responde al decir que los incas garantizaron “Una religión oficial que concilió las discrepancias. La cuidadosa preparación de una élite aseguró el acierto político. Un ejército garantizaba la estabilidad de las instituciones sin importar militarismo, como tampoco el clero fue tan poderoso que pudiera hablarse de teocracia” (Valcárcel, 2011, p. 25). Pero si se analiza más a fondo estas palabras, quitándoles el velo, uno se percatará de que por religión oficial se subtiende una forzosa imposición sobre aquellos que profesaban otro credo. La religión es el alma de los pueblos, es su lenguaje, su cimiento, y cuando se la cambia bruscamente se les enflaquece o destruye a tales pueblos. Por fin, Valcárcel habla de un ejército que garantizaba la estabilidad de las instituciones sin importar militarismo… Un ejército que no se importa con lo del militar parece utópico. En verdad, entre los incas, hubo una élite que controlaba militarmente las distintas divisiones administrativas del imperio, lo mismo que haría España después. Es obvio que si algún pueblo conquistado contestase las instituciones incas, seguro seria aplastado por el poderío militar imperial. Sobre eso aporta Cáceres: “Os incas atacaram muitas ciudades vizinhas para saqueá-las e repeliram muitos ataques. Com seus sucessos militares, reforçaram o poder da Confederação na região e cresceram o poder no interior da própria Confederação” (Cáceres, 1992, p 26). Por consiguiente, los incas adoptaron una política de secuestro: se apropiaban de los ídolos de los pueblos conquistados y se los ponía en templo principal ubicado en el Cusco, así tales ídolos quedaban como “rehenes” de los dioses incas. Igualmente, era común el arresto de los hijos de los nobles vencidos como forma de garantizar que no hubiese rebeliones, cosa también común en ciertos momentos de Roma.

La extremada bondad de los incas queda disminuida también a causa de los sacrificios humanos, principalmente de niños. Guamán Poma de Ayala afirma haber habido centenares de ellos asesinados en ofrenda y alabanza al dios sol: “También se sacrificaban quinientos niños y niñas inocentes, a las que enterraban vivos poniéndoles de pie junto con vasijas de oro y plata” (Chacón, 2017, p. 84). Además, dijo que el décimo primer inca, Huayna Capac, “consultando con los demonios supo que los españoles iban a venir a conquistar y reinar sobre el Imperio Inca” (Chacón, 2017, p. 40). Con esto, si uno mira en las interlíneas se percatará que Poma apunta ser la venida del español un escarmiento divino contra la nobleza incaica.

Sin embargo, Garcilaso de la Vega, antes de Poma, ya intentaba ver los logros y errores del imperio inca, decía que estos, así como los españoles, vinieron a educar y acabar con la barbarie en la que vivían los pueblos de la región, por lo tanto, sus actitudes eran moralizadoras en un mundo en donde el caos prevalecía:

Conforme a la vileza y bajeza de sus dioses eran también la crueldad y barbaridad de los sacrificios de aquella antigua idolatría, pues sin las demás cosas comunes, como animales y mieses, sacrificaba hombres y mujeres de todas las edades, de los que cautivaban en las guerras que unos a otros se hacían. Y en algunas naciones fue tan inhumana esta crueldad, que excedió a la de las fieras, porque llegó a no contentarse con sacrificar los enemigos cautivos, sino sus propios hijos en tales o tales necesidades. La manera de este sacrificio de hombres y mujeres, muchachos y niños, era que vivos les abrían por los pechos y sacaban el corazón con los pulmones, y con la sangre de ellos, antes que se enfriase, rociaban el ídolo que tal sacrificio mandaba hacer, y luego, en los mismos pulmones y corazón, miraban sus agüeros para ver si el sacrificio había sido acepto o no, y, que lo hubiese sido o no, quemaban, en ofrenda para el ídolo, el corazón y os pulmones hasta consumirlos, y comían al indio sacrificado con grandísimo gusto y sabor y no menos fiesta y regocijo, aunque fuese su propio hijo (Inca Garcilaso, 2013, 30).

Así, se justifica la colonización incaica sobre los pueblos andinos por el supuesto hecho de tales pueblos vivir en total salvajería. Las palabras de Garcilaso son cuestionadas por muchos intelectuales respetables. Hijo de una princesa incaica y de un noble español, vivía en el seno de la elite de los dos mundos: “será precisamente la reconciliación de esos dos mundos dispares lo que constituirá su proyecto obsesivo”, según dijo Percy Salazar. Parecía no pertenecer ni a la cultura inca ni a la española, mucho menos a la del Perú, en vista de que este aún no existía, sino a un limbo en donde él, tal como un paria, se quedaba. Hoy, europeos y americanos lo reclaman para sí, no obstante a la época haber sido rechazado por ambos. Los indígenas no incas le decían traidor por el hecho de ser Garcilaso muy preocupado en vivir como un español, supuestamente olvidándose de la triste situación del aborigen. Mientras tanto, los españoles desconfiaban de sus intenciones, justamente por ser heredero directo de la nobleza incaica. Pero quizá sea verdad que mucho de lo que dijo pudiera ser fantasioso o “políticamente correcto”, en vista que vivía bajo el mando de la austera corona española y de la inquisición católica.

Por eso, pese al supuesto poder moralizador de la élite incaica, Garcilaso reconoce la violencia y artimañas de los primeros incas. Demuestra que tal imperio no era tan diferente de los paganos europeos y asiáticos, incluso en la creación de mitos y legendas: el padre criador del imperio inca, Manco Cápac, recuerda a Nemrod: “Al Manco Cápac lloraron sus vasallos con mucho sentimiento. Duró el llanto y las obsequias muchos meses; embalsamaron su cuerpo para tenerlo consigo y no perderlo de vista; adoráronle por Dios, hijo del Sol; ofreciéronle mucos sacrificos de carneros, corderos y ovejas y conejos caseros, de aves, de mieses y legumbres, confesándole por señor de todas aquellas cosas que les había dejado” (Garcilaso, 2013, p. 57). Garcilaso, empero, cuestiona las intenciones de Manco Cápac:

Lo que yo, conforme a lo que vi de la condición y naturaleza de aquellas gentes puedo conjeturar del origen de este príncipe Manco Inca, que sus vasallos, por sus grandezas, llamaron Manco Cápac, es que debió ser algún indio de buen entendimiento, prudencia y consejo, y que alcanzó bien la mucha simplicidad de aquellas naciones y vio la necesidad que tenían de doctrina y enseñanza para la vida natural, y con astucia y sagacidad, para ser estimado, fingió aquella fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos del sol, que venían del cielo y que su padre los enviaba para que doctrinasen e hiciesen bien aquellas gentes. Y para hacerse creer debió de ponerse en la figura y hábito que trajo, particularmente las orejas tan grandes como los incas las traían, que cierto era increíbles a quien no las hubiera visto como… (Garcilaso, 2013, 57).

Además de esta sagacidad, los incas hicieron guerras civiles y actos maquiavélicos. Es el caso de la guerra civil entre Atahualpa y Huáscar, hermanos solo por parte de padre, el inca Huayna Cápac. Cusco y Quito eran dos reinos rivales, y este último recién había sido vencido en batallas y anexado al imperio inca; en cuanto al Cusco, era la capital oficial de la corte incaica pura. Huayna Cápac en su política pacificadora se casó con una princesa de la corte quiteña, Tocto Ocllo Coca, con quien engendró a Atahualpa. Así, aunque inca por parte de padre, no lo era por la de madre, por lo que los cuzqueños no lo aceptaban como verdadero inca. Tras la muerte de Huayna Cápac, el imperio entró en crisis sucesoria y, en la práctica, dividido. A Huáscar le cupieron los dominios de Cuzco, mientras Atahualpa se quedó con Quito. La guerra civil era inminente. Atahualpa venció a su hermano y lo puso prisionero. Mientras tanto, los españoles ya estaban en la región, y Atahualpa quiso conocer aquella gente que venía de tan lejos. Hubo una cita entre él y Francisco Pizarro, el conquistador del Perú, quien en un golpe maestro, y mucha suerte, logró capturar al inca, que, durante el cautiverio, reflexionó sobre su destino y del imperio, y concluyó ser la muerte de su medio hermano imprescindible, pues tenía miedo que se aliara a los españoles y reconquistara el reino. Atahualpa, aunque jamás hubiese escuchado hablar sobre Maquiavelo, actuó como su discípulo fiel. Desde el punto de vista divino, hizo una tontería sin fin; pero a los ojos de la política humana quizá haya actuado correctamente. El hecho es que el imperio inca tras pocos años se extinguiría para siempre. Desgraciadamente en la historia, imperios se sobreponen los unos a los otros y los dominados solo cambian de manos. El inca fue apenas uno de los tantos imperios indígenas de la región: son innegables sus contribuciones sociales y culturales, no obstante se intente ocultar sus acciones negativas.

Lo mismo pasó en Europa, que sería irreconocible sin las diversas invasiones imperialistas sufridas a lo largo de su historia. Se puede decir, por ejemplo, que el ingreso de los bárbaros germánicos fue un retraso cultural en un primer momento ante el esplendor romano, pero sin la mezcla del vigor de estos pueblos con la disciplina y labor latinas a lo mejor no hubiera existido jamás el desarrollo científico actual. Lo mismo se puede decir de la invasión musulmana a la Península Ibérica, la cual dejó un rastro de desenvolvimiento por donde ha pasado. Por lo tanto, esas forzosas mixturas raciales y culturales siempre marcaron el quehacer humano. Es un hecho que la forma de ser y pensar hoy en día de los pueblos alrededor del planeta se basan en las grandes doctrinas europeas fundidas a las culturas lugareñas: renacimiento, Iluminismo, Reforma Industrial, religiosa, cientificismo, etc. Si el hombre consiguió volar o irse a la Luna lo fue debido a la genialidad de la mentalidad europea.

Pese a eso, hay un grupo de pensadores, Cortázar incluido, que acreditan a los indígenas una cultura por encima de la europea, atribuyéndoles forma de vivir comunal, donde no había propiedad privada. Es un error: había propiedad privada, incluso con la tenencia de esclavos, y, en algunas tribus, las mujeres eran objetos de trueque entre los hombres. Hubo guerras provocadas por la búsqueda de tierras fértiles o ganado: ¿Qué es eso sino lucha por la tenencia de algo? Así a los indios se les da rasgos angelicales como si entre ellos no hubiese habido exploración, esclavitud, y colonialismo. Por eso, no se puede atribuir al imperio español la maldad y quitársela de los imperios precolombinos.

3. ROBSON X VIERNES

En Robinson Crusoe, novela de Daniel Defoe, el protagonista, tras sufrir un naufragio, quedó aislado en una de las isletas de las costas chilenas, la cual hoy es conocida como Juan Fernández. En este sitio, salvó la vida a un indio que iba a ser comido por caníbales. Los dos se quedaron amigos y Robinson pasó a llamarle Viernes a su nuevo compañero, quien le fue fiel durante la forzosa estadía.

Esa fidelidad, sin embargo, sería puesta a prueba por Julio Cortázar en su pieza cómica Adiós, Robinson. El escritor argentino trae, a modo de parodia de la novela de Defoe, una sutil crítica al paradigma de progreso material de la cultura cristiano-capitalista. La pieza es como si fuera una secuela de la novela inglesa, pero ubicada en el siglo XX, y empieza con Robinson Crusoe y Viernes volviendo a la isla tras años de ausencia. Robinson estaba seguro de que los lugareños le harían una recepción calurosa. Sin embargo, se deparó con una metrópolis dueña de un régimen político-administrativo dictatorial, como cualquiera que ha surgido en el continente a lo largo del siglo XX. El régimen, por motivos no aclarados, estaba de relaciones diplomáticas cortadas con Gran Bretaña, por lo que no se podría recibir con honores a una persona oriunda de una nación considerada enemiga.

A raíz de ello, ninguna autoridad le esperaba en la recepción, sino una joven burócrata de bajo rango, pareciendo más a una espía disfrazada de guía turístico. Ella le dijo que él no podría irse libremente por las calles a visitar a los lugares donde antes pasó tantos años de su vida; además, el británico tendría que quedarse en la habitación hasta que las autoridades le permitieran pasear, siempre escoltado, apenas por algunos órganos oficiales, museos y parques, pero jamás tendría contacto directo con la muchedumbre. Robinson se quedó desalentado, sobre todo cuando se percató de que Viernes podría visitar a los sitios sin mayores inconvenientes.

No obstante, alumbrado por la belleza de la muchacha, creyó que al menos con ella pasaría un buen rato. Con todo, luego ella le advirtió, casi mecánicamente, ser la esposa del subjefe de policía, y que su función allí no era otra sino la de darle asistencia a Robinson en lo estrictamente profesional. Por eso, debería llevarle a su esposo lo más rápido posible un aporte completo de los ocurridos en la ciudad, por lo mismo no habría tiempo para conversaciones por ahora. Sin embargo, le dijo que después de la jornada tendría un poco de tiempo para quitarle las dudas y explicarle todo sobre la isla.

Mientras tanto, Viernes tuvo la buena suerte de encontrarse con un paisano, quien le ayudó a hacer un recorrido por la ciudad e incluso le presentó a algunas muchachas. Al paisano se le apodó Plátano. No se sabe el porqué de tal sobrenombre, quizá fuera una crítica por parte de Cortázar al hecho de que, así como el de Viernes, los apodos que se les solían atribuir a los indígenas eran arbitrarios y a veces cargados de menosprecio. Con todo, también se puede interpretar dicho apodo como un símbolo de la lucha de los aborígenes americanos, puesto que así como la referida fruta los precolombinos son escurridizos y retoñan, aunque se les intente matar o esclavizar. De hecho, la cultura ancestral indígena pervive. Sin embargo, existen intelectuales pregonando ser la adecuación al paradigma tecnológico y económico vigente en Occidente la única forma de los pueblos originarios no sólo mantenerse autónomos sino también hacerse respetar por las demás naciones contemporáneas. Por consiguiente, aceptan que la cultura europea, a la época de la conquista española, era tecnológicamente superior a la lugareña, lo que consideran ser la causa inmediata de la caída de los imperios inca y azteca, por ejemplo. No obstante, continúan, en términos antropológicos, tal superioridad tecnológica no es motivo de desmerecimiento hacia el hombre indígena, sino un fenómeno común a la humanidad, puesto que, por ejemplo, en la Edad Media, la Europa occidental estaba bajo una mentalidad retrasada si se le hace un parangón con el mundo musulmán de entonces. En suma, lo que habría hecho los europeos evolucionarse no sería la capacidad cognitiva, igual en todos los humanos, sino el contacto comercial intenso entre las distintas culturas europeas, africanas y asiáticas y el empeño de la Europa occidental en asimilar y copiar todos los avances tecnológicos de sus contrincantes por medio de universidades y centros tecnológicos.

El Viernes de Cortázar parece estar al tanto de eso: después de años de aprendizaje, se sintió lo suficiente preparado para dirigirse a Robinson como a un igual. El inglés, enojado, dijo no haberle autorizado a eso. Pero el amerindio se le impuso su nueva forma de pensar, por lo que no hubo al inglés más remedio que aceptarla. Robinson pareciera al fin darse cuenta de los cambios en el mundo y a la vez comenzó a anhelar el retorno a su país, cosa que pronto acaeció. En el día de la vuelta, empero, Viernes extrañamente abandonó a su recién conocido paisano y, resuelto, cogió el avión con su ex amo, y juntos volvieron a Inglaterra. Quizá el indio ya estuviese acostumbrado al modo de ser británico para cambiarlo todo de la noche a la mañana; o que su vida en la isla no tendría más sentido, puesto que esta tal como las otras grandes ciudades no era más su hábitat antiguo, sino el modelo de morada impuesto por los europeos. Así, pese al formalismo y prejuicios de Robinson, este le era un amigo fiel, cosa que tal vez a la larga no encontrara en Plátano. Debido al mestizaje y a la globalización, sería pues cosmopolita aunque no lo quisiera.

La forma como Cortázar desenvuelve su texto lleva uno a percatarse  de dos tesis tácitas: la primera defiende que antes del europeo arribar a América, los precolombinos sabían vivir en calma y paz consigo mismos y con la naturaleza. Por lo tanto, Viernes estaba en comunión con el todo, mientras Robinson fue el agente dañino de rompimiento. Gracias al británico, la isla se había cambiado en una selva de cemento, siempre pronta a quitar la serenidad de uno, lo que pronto pasaría con el protagonista, quien esperaba además de ser bien tratado ver el mundo exótico que había dejado atrás, pero “su isla” se le volvió sofocante: se hallaba extremadamente racionalizada, burocrática y desarrollada: todo era mensurado y la gente vivía como autómatas. Por eso, Robinson apuntará en charla con su anfitriona lo malo de lo urbano:

Desde que llegamos aquí, Viernes me mostró a su manera que mucho de él era todavía capaz de escapar a lo que el sistema de Juan Fernández me impone a mí. Incluso estoy seguro de que en este mismo momentos en que nosotros nos encontramos, demasiado brevemente por desgracia, en un terreno común de frustración y de tristeza, Viernes y su amigo Plátano andan alegremente por la calle, cortejan a las muchachas, y sólo aceptan de nuestra tecnología las cosas que los divierten o les interesan, los juke-box y la cerveza en latas y los shows de la tv (Cortázar, 2011, 29).

Desea, por supuesto, huirse del sistema político individualista, burocrático del capitalismo y regresar al buen salvaje de Rousseau. Se le ve triste porque no puede deambular como Viernes, pareciendo con eso representar al propio Cortázar que, en entrevista al programa A Fondo, aclara que una de sus características es no gustar las reglas y jerarquías. ¿Pero estas leyes no son importantes para sociedades tan complejas como las occidentales? Sin tales reglas, hay una verdadera anarquía y confusión, lo que genera fácilmente la guerra y bullicio.

La otra tesis es la de que no se debe criticar las prácticas antropofágicas de ciertos grupos amerindios, en vista de que la moderna antropología entiende ser ello reflejo de un imaginario colectivo basado en un conjunto de dogmas religiosos necesarios para la protección del grupo social. Se aborda, por lo tanto, la cuestión del canibalismo de forma relativizada. Así, desde el avión, Robinson dice a Viernes: “!Mira, allá, allá! ¡La reconozco! ¡Allí desembarcaron los caníbales, allí te salvé la vida! ¡Mira Viernes!” (Cortázar, 2011, 11). Y Viernes lo contesta: “’Sí, amo (risita), se ve muy bien la costa donde casi me comen esos caníbales malos, y eso solamente porque un poco antes mi tribu había querido comérselos a ellos, pero así es la vida, como dice el tango (Cortázar, 2011, 11)’”.

El tono irónico impuesto por el autor parece poner en relieve que Viernes rechaza la manera de ser de sus ancestros, pero no queda claro se de hecho, en su íntimo, cambió verdaderamente. Robinson no lo lleva en serio, pero después, en conversación con Nora, demuestra cierta duda pesimista cuando la chica le dice haber gustado la parte en que él “salva la vida a Viernes, y poco a poco lo hace ascender de su innoble condición de caníbal a la de ser humano” (Cortázar, 2011, 28). Si uno mira con atención, las palabras están muy bien arregladas para exponer a claras el prejuicio de la muchacha. Los colonizadores fueron prejuiciosos, no hay dudas. Sin embargo, aquí el problema es que se usa tal prejuicio para menguar un tema contrario a la naturaleza humana: comerse a un igual. A continuación, el inglés contesta a la joven advirtiéndola que la cultura occidental es destructiva y que la violencia del canibalismo practicado por la tribu de Viernes es menor que la vivida en la isla actualmente:   

A mí también me gustaba mucho esa parte. Hasta hace una semana. […] Porque aquí estoy viendo que las cosas resultaron diferentes. Cuando usted dice que elevé a Viernes de la condición de caníbal a la de un ser humano, es decir, cristiano, es decir, civilizado, yo pienso que desde hace una semana lo que más aprecio en Viernes es el resto de caníbal que queda en él… Oh, no se asuste, digamos de caníbal mental, de salvaje interior (Cortázar, 2011, 29).

Como se nota, se mitiga lo del canibalismo, como si este no fuera contrario a la naturaleza humana, por lo tanto rechazado por la mayoría de las poblaciones nativas. El combate a tales prácticas fue continuo desde la llegada del cristianismo. Sin embargo, el Romanticismo latinoamericano puso en la antropofagia amerindia un tinte de nobleza: en una guerra entre tribus, decían los románticos, los guerreros vencidos más valerosos eran muertos y sus corazones  comidos por los de la tribu vencedora, pues se creía que con eso se lograría conseguir sus virtudes bélicas. Así para el vencido era un honor morir de esta forma.

Así, se apodera de Robinson la noción de que, el canibalismo de Viernes es un acto menos grave que la vida agitada y frenética del hombre citadino. Por lo que desea ser un caníbal, pero uno de ideas y costumbres: “¿Qué es un caníbal mental, de salvaje interior?”, se pregunta. En verdad, el gran caníbal mental es justamente el heredero de la cultura judaico-cristiana y greco-romana. Es notoria la capacidad de los romanos en agregar a la suya las culturas de los pueblos dominados. Roma siempre fue un caníbal en términos intelectuales y artísticos, supo copiar y mejorar aquello que los otros pueblos inventaron. Algo semejante hacen los EEUU al atraer los más grandes genios a sus universidades. No pocos intelectuales peruanos aún hoy pelean por mantenerse fijos a sus rasgos más antiguos, despreciando a la globalización y los avances tecnológicos que el occidente produjo.

Al fin de la pieza, Nora parece compartir que fue Viernes quien vino a salvar a Robinson Crusoe, y simbólicamente la sociedad indígena del fracaso de la civilización judaico-cristiana:

Ese Viernes agradecido y fiel, aprendiendo a vestirse, a comer con cubiertos ya a hablar en inglés, parecería que es él quien hubiera debido salvar a Robinson Crusoe de la soledad. A Robinson y a mí, por supuesto, a mí y a todos los que nos reunimos en el lobby de hotel para beber un inútil trago recurrente y para ver nuestra propia tristeza en los ojos del otro (Cortázar, 2011, 30).

Con todo, si Viernes fuera el indio que vive tranquilamente de la labor de la tierra o de la recolección sin causar daño a nadie, seguro seria el modelo correcto que el hombre occidental debería seguir. Pero era un caníbal y es probable que su tribu practicara también sacrificios de sangre humana. Se sabe que varias los practicaban, no obstante la antropología busque amenizarlos atribuyéndoles la buena intención de alabar a los dioses en busca de hartas cosechas. Entonces no se hacía por maldad, sino por el bien común. Desgraciadamente se puede decir lo mismo de la Inquisición, la cual quemaba a brujos y hechiceras con la idea de apartar un supuesto mal de la comunidad y salvar el alma de los que habían cometido tales prácticas. Es decir, el intento era también el bien común, ¿pero para los que ardieron en el fuego la cosa era vista de esa forma?  

Fueron necesarios milenios para que la humanidad evolucionara y se apartara de ciertas costumbres macabras. Quizá una de las improntas más marcadas respecto a eso esté en el libro del Génesis. Allí Abraham es llamado a sacrificar a su hijo querido. Dios le dio dos grande enseñanzas: la primera es que nada o nadie deberá estar por encima de Dios; la segunda es que Abrahán debía poner fin al hábito de algunos pueblos de Medio Oriente  de quemar sus hijos en alabanza al dios Baal. La gente que así actuaba no lo hacía por malignidad innata sino que fue llevada a creer que debía dar lo mejor y más anhelado de sus bienes a dicho dios, pues solo así este iba a ayudarles con cosechas abundantes. El mensaje del Dios verdadero es que sacrificio de sangre humana no es una forma digna de alabarse a Dios.

Así la cultura de Viernes, pese a mantenerse en armonía con la floresta, no es el modelo ideal a seguir, aunque la de muchísimas otras tribus, realmente pacíficas fuesen el paradigma ideal no solo para los europeos imperialistas como también para las naciones amerindias que poseían rasgos colonizadores o que practicasen rituales con sangre humana.  

REFERENCIAS

RTVE.ES. Julio Cortázar en “A  Fondo”. Programa A fondo, 1977, disponible en http://www.rtve.es/alacarta/videos/a-fondo/entrevista-julio-cortazar-programa-fondo/1051583/

CÁCERES, Florival. História de América. Editorial Moderna, São Paulo, 1993.

CHACÓN, César. Los dibujos del cronista indio Guamán Poma. Kuskin Editores, Cusco, 2017.

EVANS, B. Ifor. A short history of english literature. Ed. Penguin Books. London, 1953.

COSSO, Jesús. Los años del terror: 50 preguntas sobre el conflicto armado en Perú, 1980 – 2000. Ed. Contracultura, Lima, 2016.

JARA, Umberto. Abimael: el sendero del terror. Ed. Planeta, Lima, 2017.

NICOLA, José de. Língua, Literatura e Redação. Ed. Scipione, São Paulo, 1998.

PRESCOTT, William H. Historia de la conquista del Perú. Tomo I, Ed. Peisa, Lima, 1980.

SANTA BIBLIA.  Nueva Reina-Valera. Editorial New Life, Buenos Aires, 2003.

SARMIENTO, D. Faustino. Facundo. Editorial Biblioteca fundamental del hombre moderno, Buenos Aires, 1973.

VALCÁRCEL VIZCARRA, Luis E. Machu Picchu: el más famoso monumento arqueológico del Perú. Ed. Fondo de cultura económica, Lima, 2011.

 

Sobre o autor
Elton Emanuel Brito Cavalcante

Doutorando em Desenvolvimento Regional e Meio Ambiente - UNIR; Mestrado em Estudos Literários pela Universidade Federal de Rondônia (2013); Licenciatura Plena e Bacharelado em Letras/Português pela Universidade Federal de Rondônia (2001); Bacharelado em Direito pela Universidade Federal de Rondônia (2015); Especialização em Filologia Espanhola pela Universidade Federal de Rondônia; Especialização em Metodologia e Didática do Ensino Superior pela UNIRON; Especialização em Direito - EMERON. Ex-professor da rede estadual de Rondônia; ex-professor do IFRO. Advogado licenciado (OAB: 8196/RO). Atualmente é professor do curso de Jornalismo da Universidade Federal de Rondônia - UNIR.

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