Democracia y pensamiento crítico: algunas contradicciones de la educación formal contemporánea

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La intención aquí es rever algunos conceptos progresistas sobre la educación brasileña, sobre todo el relativo al pensamiento y pedagogías críticas: se verá que posen en su seno un discurso antiliberal.

Resumen: La intención aquí es rever algunos conceptos progresistas sobre la educación brasileña, sobre todo el relativo al pensamiento y pedagogías críticas: se verá que poseen en su seno un discurso antiliberal. Para comprobar tal tesis, se hará primero un recorrido histórico en lo tocante a la noción moderna de criticidad, desde el humanismo hasta el advenimiento de las corrientes socialistas; luego se analizará el discurso de algunos maestros de la educación progresista en Latinoamérica identificándoles sus pros y contras respecto de la educación formal actual.
Palabras clave: progresista, capitalista, educación. 

Introducción: el pensamiento crítico y los conflictos políticos

La idea de pensamiento crítico en lo que se refiere a la educación busca cambiar la forma del hombre comprenderse a sí mismo y las relaciones sociales en su alrededor. ¿Cómo eso surgió? Las protestas contra el orden establecido son antiguas: en la Biblia, por ejemplo, la serpiente, por medio de la razón, contestó el orden divino. Sin embargo, la noción contemporánea de criticidad remonta a los últimos siglos de la Edad Media. Allí, la burguesía comercial, en busca de más libertad para sus transacciones, impregnó las relaciones sociales con el deseo de liberación de las cadenas impuestas por la iglesia romana. Eso generó múltiples consecuencias: el humanismo-renacimiento, en el campo artístico; la ciencia experimental, promotora de las Grandes Navegaciones; la formación de los Estados modernos, la Reforma religiosa, etc. 
A la vez el discurso por libertad creó instituciones formales e informales de educación. La forma como Lutero contestó la Iglesia produjo una preocupación en formar mentalidades contrarias a los principios y doctrinas que no estuviesen estrictamente basados en la Biblia. Esa preocupación medró con los calvinistas, principalmente con los puritanos ingleses. A partir de entonces, hubo una guerra intelectual, pues la Contrarreforma, por su vez, había permitido la expansión de grupos como los jesuitas, que, contrario a lo que comúnmente se difunde, eran extremadamente capacitados en los más profundos saberes científicos y filosóficos de su época, aptos, por lo tanto, a enfrentarse a los sabios protestantes. Tanto es verdad que llegó el momento en el cual la propia cúpula de la iglesia romana y la corona se vieron obligadas a combatirlos, puesto que el desarrollo político de los jesuitas comenzó a transcender la cuestión meramente religiosa: ellos habían creado una especie de Estado paralelo, próspero, bien estructurado y basado en la producción intelectual de punta. La corona logró expulsarlos del continente americano.
En consecuencia, durante casi toda la época colonial en América, se pudo ver bien como tal continente estaba dividido en términos de mentalidades: al Norte, prevaleció la visión puritana, que incluso se reflejó materialmente en la Independencia de los EEUU y en la promulgación de la Carta Magna de tal país; al Sur, por su turno, prevalecía el catolicismo de rasgos medievales. Esa división llevó a Sarmiento (1973) a postular el concepto de que EEUU eran ricos porque aceptaron la educación liberal e industrial de los puritanos, mientras Sudamérica era pobre porque estaba bajo la visión feudal defendida por la iglesia. Bien o mal, algo semejante dirá Max Weber al afirmar que el espíritu del calvinismo ha sido una de las columnas del capitalismo moderno.
Al aliento revolucionario de los primeros protestantes se sumaron muchos eruditos, más rebeldes no solo contra el catolicismo sino más bien contra todo tipo de orden jerárquico: entre ellos estaban pensadores como Rousseau, Voltaire y Diderot, por ejemplo, representantes máximos de la Ilustración. El Iluminismo fue y es todavía contestador de todo, busca las causas y esencias de las cosas y pelea contra quienes le impiden el libre pensar. Con todo, las revoluciones que ha provocado, en el fondo, favorecían solamente a una clase social. La revolución de Oliver Cromwell propagaba el puritanismo en el campo de las costumbres, pero jalaba el comercio y el avance de la producción industrial en el área económico. Así, sus luchas beneficiaban a la burguesía. La independencia de los Estados Unidos no fue un movimiento nacido del pueblo y para el pueblo, sino el resultado de la necesidad de manutención de una forma de vivir libre, que la corona inglesa deseaba intervenir: sus causas están en el aumento de las tasas de té y de la imposición sobre la burguesía norteamericana de comerciar solamente con Gran Bretaña. 
Sin embargo, de las revoluciones burguesas, la que llama más la atención es la francesa. Aunque se diga que el pueblo peleó por sus derechos, se sabe que enseguida se le han quitado todo. Tal revolución en sus principios es la más burguesa de todas, lo que queda evidente en breve lectura de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789: es toda ella un apañado sintético del ansia y protección de la propiedad privada, de los derechos del comercio, de la libertad de ir y venir. En el fondo, cuando el pueblo intentó imponerse de verdad, ha sido frenado por el poder establecido o por la oligarquía comercial o por la dictadura pequeño-burguesa de Robespierre y Danton. Y para hacer cesar el anarquismo general y las guerras civiles en Francia, surgió Napoleón Bonaparte, el gran representante de los valores burgueses frente a los ideales celebrados por Robespierre. Paradojamente, no obstante, él peleaba contra la burguesía inglesa: las guerras napoleónicas se fijaron en el marco de la disputa por la hegemonía comercial en Europa. Con todo, tanto en la isla británica como en el continente, el poder del pueblo mermaba, lo que ha permitido el surgimiento de nuevas oleadas de regímenes absolutistas.
Pero una cosa es cierta: las ideas liberales estaban demasiado difundidas para lograr quedarse apenas en las manifestaciones de cuño burgués, lo que se atestigua con las olas de protestas a lo largo de los siglos XIX y XX. En tales siglos, las clases medias y los proletarios se unieron en contra de los poderes que les oprimían: los conflictos se formaban no solo por libertad, pero, sobre todo, por igualdad, mayormente en la distribución de la renta. Es en este marco que se puede pensar el nacimiento del marxismo, el cual es un tipo de socialismo más duro que el de Ferdinand de Lasalle, pero bien más moderado que el de Bakunin. 
Es un tema complejo el análisis de las causas del marxismo haber prevalecido, al menos hasta la fecha, sobre los demás tipos de socialismo. Con todo, tal corriente advertía que el avance capitalista, en un primer momento, era necesario para lograr riquezas, pero que sin el empuje de los obreros no habría jamás distribución de los bienes, pues la codicia burguesa no sería mermada por sí sola. Era necesario, por lo tanto, que los obreros se uniesen contra los valores pregonados tanto por la nobleza como por la burguesía, pues tales valores se fundían convirtiéndose en uno solo objetivo: la dominación de las clases menos favorecidas. 
De esta forma, burgueses y nobles en el fondo no pensaban diferente. De hecho, pese la burguesía haber contestado en términos económicos y políticos la nobleza, aceptó de esta lo esencial de los valores sobre el arte, educación, filosofía y religión. La versión cristiana del capitalismo es el protestantismo calvinista, y en algunos casos esta religión se impuso un retorno sincero y aguerrido al cristianismo primitivo, lo que, por supuesto, no cuadraba con ciertas posturas sociales vigentes. Los seguidores de Marx sabían que para la caída de la mentalidad burguesa se hacía imprescindible la destrucción de los valores cristianos, tales como la familia burguesa, las iglesias y el ejército nacional; y eso solo vendría con el esfuerzo sincrónico del rifle con la pluma. Educar para una mentalidad antiburguesa y preparar obreros aptos a morir por la causa social era una sola y mismísima cosa. Así, el cambio partiría primero desde una perspectiva subjetiva (la toma de conciencia del individuo asalariado) para después añadir otra, colectiva, referente a las clases proletarias. Hecho eso, estas estarían capacitadas a arrebatar por la fuerza las estructuras políticas y prontamente apropiarse de las económicas. Después, la masa de obreros unida tendría la misión de cambiar masivamente toda la populación, eliminándose aquellos que fuesen contrarios al nuevo régimen. En consecuencia, era vital la tenencia de los medios de comunicación, escuela incluida.
Es notorio que constantes crises del capitalismo, la hambruna, la codicia de las grandes multinacionales y la explotación de los obreros hicieron que las ideas marxistas llegasen a moldar el pensamiento revolucionario europeo, más específicamente el ruso. Por supuesto, Lenin y Stalin supieron aprovecharse de la máquina estatal para consolidar el comunismo y esparcirlo por casi todo el mundo. Se puede decir que el gobierno de Lenin y Stalin era lo opuesto al pregonado por Napoleón Bonaparte, pero las ansias autoritarias y expansionistas no se diferían unas de las otras.
Sin embargo, ante el creciente empuje comunista en el siglo XX, el capitalismo reaccionó, lo que ha generado la Guerra Fría. En verdad, basta con una mirada superficial sobre esta para notarse que señalaba una especie de tercera guerra mundial o quizás una continuación directa de la segunda. Por más extraño que parezca, hay un dato importante: Hitler poseía ideas socialistas y contrarias al capitalismo salvaje, por ello luchó contra las oligarquías burguesas financieras. Él no estaba opuesto al capital en sí mismo, pero en contra del capitalismo financiero, tanto es verdad que incentivó mayormente el capitalismo comercial y el industrial. De alguna forma, Mussolini había hecho lo mismo, y si uno estudia la vida del dictador italiano verá que por poco él no se ha tornado marxista. 
¿Y qué eso conlleva? Bueno, el liberalismo económico de Adam Smith estaba en baja, y muchas naciones buscaban formas alternativas de mantener las bases capitalistas, pero a la vez garantizando protección social. Por ejemplo, Getulio Vargas y Perón lo intentaron en Sudamérica. En algunos casos, sus ideas estaban más cercas de las de Hitler y Mussolini que de las de Roosevelt y Churchill. El liberalismo había fracasado en ese entonces. Aprovechándose de ello, el comunismo intentó ser la única y más eficiente alternativa contra el liberalismo económico, lo que generó guerras a lo largo y ancho del planeta, puesto que el comunismo traía en su seno una idea de igualdad por medio de la imposición y destrucción del concepto de propiedad privada. 
En Latinoamérica, sobre todo en los sesentas, había dos bloques opuestos: los guerrilleros y los tradicionalistas, estos amparados por las ideas o del catolicismo ortodoxo o del protestantismo. Los guerrilleros estaban financiados por los países comunistas, principalmente URSS, Cuba y China; los otros se apoyaron en el ejército para defenderse del avance comunista. El ejército brasileño, aunque autoritario, no deseó jamás la destrucción del capitalismo, pero, contrario a lo que la mayoría dice, no aceptaba el imperialismo yanqui. Sin embargo, presionado por los EEUU y advertido de la ola creciente de países latinoamericanos fieles al comunismo, se alió a los norte-americanos.
La lucha entre comunistas y capitalistas no era meramente ideológica. Las guerras de Vietnam, Corea, Honduras, Panamá, las dictaduras militares que asolaron Latinoamérica, los conflictos en Yugoslavia, etc. no se comprende a ellos si no se tiene presente que tanto los soviéticos y chinos como los americanos e ingleses luchaban, con todas las armas posibles, para destruirse los unos a los otros. En Europa oriental y en Asia los comunistas tuvieron su gran área de influencia, logrando derrotar el capitalismo allí; pero en América, Oriente Medio, Oceanía y África, el capitalismo prevaleció. Con todo, hubo locales donde pareció existir un “empate técnico”: eso explica, por ejemplo, porque en este momento hay dos coreas, la del Sur, capitalista, más cerca de Japón, y la del Norte, comunista, pegada a China. Los americanos jamás dejaron de intentar intervenir o destruir los ideales comunistas en las zonas de influencia de la URSS o China, pero, y eso es que debe ser subrayado, lo mismo hicieron chinos y rusos en las zonas donde el capitalismo estaba asegurado. Por eso Cuba causaba tantos enojos a los americanos, puesto que era el más bien acabado ejemplo de que los comunistas podrían vencer la pelea. De la misma forma, Taiwán fue y es una piedra en el zapato de los chinos, puesto que tal nación es capitalista y directamente alineada con EEUU. 
Por consiguiente, fue de Cuba que salió el gran ícono comunista americano: Ernesto Guevara. Es el ejemplo de que en aquel entonces los guerrilleros comunistas, convictos de que el marxismo-leninismo-maoísmo vencería, arremetían directamente contra las fuerzas capitalistas. Guevara había entrenado a miles de guerrilleros para ingresar en las naciones capitalistas y explosionarlas desde adentro. La técnica utilizada por él era la guerra de guerrillas. 
Debido a ese constante dualismo, se crearon dos tipos de ejércitos en Latinoamérica: unos financiados por URSS, Cuba y China; otros por los EEUU e Inglaterra. La cosa fue tan dura que, tras la caída de la dictadura en Brasil, por ejemplo, la Constitución Federal de 1988, en su artículo 17, inciso segundo, impide explícitamente que los partidos (de derechas e izquierdas) sean financiados por capital extranjero, pues asevera la “proibição de recebimento de recursos financeiros de entidade ou governos estrangeiros ou de sobordinação a estes” (Art. 17, inciso II, CF/88).
Así estaba el mundo entonces: dos bloques autoritarios intentando destruir uno al otro. Ambos llamándose a sí mismos verdaderos demócratas y pregonándose ser la única forma de riqueza y bienestar de las naciones. Ambos desesperadamente intentando utilizar la propaganda para convencer y conquistar a los incautos. Ambos utilizándose de la educación para difundir sus doctrinas. 
Eso reflejó en todos los campos sociales, incluso en la religión. Un segmento católico, notoriamente el bajo clero, creyó ser el cristianismo compatible con el marxismo, lo que generó un movimiento llamado Teología de la Liberación. En él, se intentaba frenar el capitalismo y aproximar el hombre de los temas cercanos a cuestiones rurales; algunos de sus componentes, tras discusiones con la cúpula católica, fueron expulsados de la institución, pero eso no frenó el avance de la nueva doctrina. Para aplacar el crecimiento de la Teología de la Liberación, algunas instituciones yanquis intervinieron al invertir fuertemente en una rama del neo pentecostalismo llamada Teología de la Prosperidad, la cual, al contrario de la doctrina de la Teología de la Liberación, intenta conciliar el cristianismo con las ideas neoliberales. 
En el área propiamente educativo, la cuestión era la de averiguar si la escuela de carácter técnico sería lo mejor para Brasil. Algunos decían que la escuela técnica solo formaba para el mercado de trabajo, por ello clamaban por una institución que primara por una enseñanza más humanística, cuyos cimientos en la filosofía y sociología se hicieran presentes. Otros, al revés, afirmaban que la prioridad de uno es primero el trabajo después una educación humanística. Así, los comunistas ideaban una escuela donde la colectividad y la lucha contra el liberalismo económico fuesen constantes; mientras tanto, los capitalistas buscaban una escuela que cambiase la mentalidad rencorosa hacia el quehacer burgués.  
Independientemente de esos dos grupos, se notaba un recio método de enseñar: había de hecho un grado exagerado de autoritarismo en las escuelas. Eso, empero, no era un rasgo solamente de la dictadura de 64, sino una característica común a la formación histórica del país, incluso estando presente en los períodos democráticos. Para esta línea de pensamiento, se creía que si la autoridad del profesor, o de las demás autoridades escolares, fuese cuestionada, no habría educación de verdad. La figura del profesor era, en algunos casos, la de un dictador, incluso usándose de herramientas como la palmeta u otros verdaderos instrumentos de tortura para enseñar. Pero quede claro que la mayoría de los maestros de antaño usaban eso no por maldad, sino porque creían ser esta la forma ideal de educar.
Además, en el campo psicológico prevalecía la idea del estímulo y reacción behaviorista, la que propugnaba ser el aprendizaje algo mecánico, basado en las reacciones a las necesidades básicas, por esta razón, en las prácticas escolares, se creía que la memorización era el método ideal de aprendizaje. Aquí hay que subrayar otro punto importante: esa teoría no es mala, es, como cualquiera, un intento de comprender la capacidad cognitiva del hombre, pero se la asoció a las dictaduras en América como si estas fuesen las responsables por la creación de tal teoría.

La pedagogía crítica y la redemocratización 

Es en el contexto arriba aludido que las ideas de Paulo Freire sobre la pedagogía y pensamientos críticos afloraron. Si hay un ícono de la educación de cuño progresista en Latinoamérica, seguro que es tal pedagogo. Algunos le dicen héroe; otros, demagogo. Para evaluarlo aquí sin animosidades ni pasiones se separarán en él dos principios: el puramente pedagógico y el político. En términos de relación profesor-alumno y enseñanza-aprendizaje decía que el profesor no debería tratar a sus alumnos como si estos fueran un banco, donde uno se lleva su plata a depositarla. Para él, la educación es una vía de doble mano, en la cual el profesor aprende con el estudiante, y este con aquel. No decía que la autoridad del maestro debía inexistir, pero que debería prevalecer el diálogo y que un profesor no podría limitarse solamente a aquello que impartía, necesitando, pues, de capacitación continua. Así, contestaba la educación mecanicista del behaviorismo y difundía algo similar a la mayéutica, el método socrático, cuyos pilares eran el diálogo constante entre los opuestos para llegarse a una síntesis sobre la verdad. Por lo tanto, el alumno no era un objeto o algo hueco en el cual el profesor iba a almacenar los saberes, pero más bien un ser en perenne aprendizaje, siendo la escuela solamente una institución más donde se podría aprender. 
Sí sus principios y doctrinas quedasen en tales puntos, a lo mejor el pedagogo en cuestión fuese querido tanto por comunistas como por capitalistas; pero siguió el sendero de su época, inmiscuyéndose en cuestiones políticas, tomando, por lo tanto, partido en defensa de los valores esparcidos por la Revolución rusa. Sobre las entidades educativas, partiendo de premisas semejantes a las apuntadas por Louis Althusser, profesó ser la escuela un aparato ideológico del Estado y la clave para la transformación revolucionaria: señalaba que el profesor debía poseer pensamiento crítico, leer el mundo de una forma profunda, percibir el contexto social e intentar cambiarlo. Con ello, inaugura lo que se convino llamar pedagogía crítica. Para esa corriente, el docente es un agente transformador, reflexivo, sabedor de política y contestatario de las fuerzas reaccionarias y conservadoras. Como se nota, el pensamiento de Paulo Freire pertenece a la mismísima línea utilizada por los revolucionarios adeptos de Robespierre, pasando por el socialismo utópico y llegando al marxismo: la burguesía es la fuente primera de la imposibilidad del hombre vivir en harmonía y en paz, pues es codiciosa y su forma de producción aliena la fuerza y la mente de los trabajadores, por lo que es imprescindible destruir la mentalidad burguesa. Y, aunque no pregonaba la violencia directa, había en su discurso un llamado a la guerra ideológica, a la rebeldía contra el sistema escolar defensor de estándares liberal-económicos. 
La escuela contemporánea siempre estuvo bajo una ideología, y Paulo Freire lo sabía, por eso exigía cambios en ella, puesto que sin ellos el matiz burgués y liberal iba a continuar prevaleciendo. De hecho, la escuela pública tuvo su origen en el conflicto religioso entre reformistas y contra reformistas en los siglos XVI y XVII: su meta no era llevar el sentido crítico o democracia, pero doctrinar, siendo, pues, una rama alargada de las iglesias. Cuando vino la República, los republicanos quitaron de la escuela el rasgo religioso, dándole valor laico, pero jamás la dejaron libre para elegir sus propias doctrinas o métodos de enseñanza: la escuela republicana fue y es un medio de combate a los principios monárquicos, a la figura del rey o de cualquier principio que esté en contra de la forma de régimen republicano. La escuela como se la conoce hoy, financiada o permitida por el poder estatal, cumple una exigencia de grupos de intereses, de ideologías que la usan para concretar una idea o utopía. No por casualidad, en muchos países, padres exigen que la educación de sus hijos sea en casa, por lo que contratan a maestros que puedan preparar a los muchachos de acuerdo con los principios e ideologías familiares. Repudian, pues, la educación escolar formal.
Paulo Freire no rechaza los principios republicanos, pero sí los de la república burguesa, por lo que deseaba la república social-democrática de tintes soviéticos. En su Pedagogía del Oprimido, identifica al pueblo como una víctima de las fuerzas burguesas y del avance del neoliberalismo. Para que el oprimido deje de serlo, el aparato educativo debía ayudarle a ser crítico del sistema, a destruirlo desde las bases para crearse una sociedad justa progresivamente. Y la escuela debería ser, por lo tanto, la institución por excelencia de mudanza mental, que llevaría a un pensamiento crítico. 
No obstante, hay una paradoja: El profesor no adaptado a tal proceso pasó a ser tachado de tradicional por los seguidores del pedagogo brasileño. Tradicional desde los sesentas pasó a poseer sentido despectivo, eso porque el freirianismo incita a que los profesores sean investigadores continuos, pero si hay uno que investiga, que es curioso, que procura estudiar profundamente los contenidos, que dialoga con los alumnos, con todo no comparte la misma visión política contraria al liberalismo económico, tal profesor no raro es considerado sin pensamiento crítico o tradicional por los discípulos del pedagogo sudamericano. El concepto de tradicional estaría más ligado a la cuestión política que meramente pedagógica, puesto que la corriente pedagogía aquí abordada no concibe una educación alejada de la política, en algunos casos fundiéndose y amalgamándose ambas de tal forma que quedaría difícil distinguirlas. El buen profesor, por tanto, para esta manera de entender la educación, sería aquel que comparte la creencia de que el sistema estatal fuerte, antiliberal, de trazos socializantes es la mejor forma republicana de vivir y aprender. 
De esta forma, el oprimido para huir de la opresión debería ante todo saber dónde, cómo, por qué y quién le sojuzgaba. Debería identificar a su opresor y reprimirlo. ¿Pero cómo hacerlo? Siguiendo las enseñanzas de aquel profesor con pensamiento crítico, es decir, aquel contrapuesto a la manera de vivir burguesa. Entonces, tal profesor, en verdad, no iba a debatir, dialogar con sus estudiantes, sino más bien intentar cambiarles la postura. ¿Pero y qué hacer con los rebeldes, o sea, con los alumnos que no compartían las ideas del profesor crítico y le contestaban los argumentos?...    
Ahora bien, hay que enmarcar bien una cosa: Paulo Freire pertenecía a su tiempo, y tenía todo el derecho de ver el capitalismo como malo, porque en el fondo lo es. Veía los excesos de las dictaduras militares y la pobreza creciente en toda Latinoamérica. En verdad, seguía una moda del tiempo: escritores como Jorge Luis Borges y Cortázar, filósofos como Foucault y Deleuze y políticos como Fidel Castro advertían que el capitalismo estaba al borde del acantilado. Entonces, era justo que él luchara por sus creencias e intentara inculcar los ideales revolucionarios. El problema no está en él, pero en sus seguidores fieles, que muchas veces lo tratan más como un profeta que un pedagogo.
Con la redemocratización del país en los ochentas, sin embargo, gradualmente hubo un hecho raro: si las dictaduras militares en Sudamérica lograron parar el avance comunista, si los militares vencieron por las armas a los guerrilleros, si las ideas socialistas y comunistas no tuvieron guarida en el sector estatal, después de la vuelta de la democracia eso cambió: los socialistas, comunistas y progresistas cambiaron sus tácticas para llegar al poder. Y lograron, lo que permitió que las ideas progresistas abarcaran la educación de una forma general, desde el aparato legal hasta la formación del profesor: la LDB, el ECA, los Parámetros Curriculares Nacionales, entre otros documentos legales, lo atestiguan. O sea, aunque vencidos en el campo de batalla, lograron los socialistas apropiarse del dispositivo estatal de forma lenta, pero continua, y desde allí imponer su manera de pensar. ¿Y por qué no hubo reacción de las derechas? Por el hecho de que, tras la caída de URSS, la sociedad capitalista pensó que la lucha contra el marxismo-comunismo estaba finalizada. Así, mientras los occidentales se creían vencedores de la Guerra Fría e intelectuales como Fukuyama (1992) decían que la historia se había acabado, las izquierdas se organizaron y empezaron a cambiar de táctica. 
Es verdad que a fines de los ochenta ya era notorio el enfriamiento de URSS y la constante guiñada china hacia la economía de mercado, pero el sueño de una sociedad igualitaria estaba muy latente todavía. Las izquierdas necesitaban retoñar en sus objetivos: su sueño de alcanzar el poder por las armas se había esfumado, la caída de su faro seguro, la URSS, les machucó los bríos de soldados revolucionarios. Cabizbajos, advirtieron que era necesario recular un poco, repensar estrategias y apuntar nuevos horizontes. Es ese el contexto del Fórum de San Pablo de 1990, donde se revisó “as estratégias revolucionárias da esquerda desta parte do planeta e dos objetivos que o quadro internacional coloca. Seguiremos adiante com estes e outros esforços unitários.” 
Se percataron asimismo de que lo propugnado por Marx, Stalin y Mao no les había dado el efecto esperado en América.  Por esta razón, se debería cambiar de rumbo y darles énfasis a las proposiciones de Antonio Gramsci, por lo que se buscaría invertirse macizamente en sojuzgar por primero las estructuras sociales, para, después, despacito, ocuparse de las superestructuras, es decir, se partiría ahora en busca del dominio de la cultura para después acapararse los medios económicos de producción. Para concretar eso, se tornó imprescindible cambiar la apariencia, incluso en términos lingüísticos: el políticamente correcto comenzó a vigorar y conceptos del pasado reciente han sido renombrados: comunistas por “progresistas”, “lucha de clases” por “minorías políticas en riesgo”, etc.
En fin, la izquierda llegó al poder. ¿Ahora qué hacer? La gente ya se había acostumbrado a los procesos electorales, el proletariado ya no tenía las mismas ganas por huelgas como antes, la clase media, aunque con problemas, estaba en pujante desarrollo, la inflación estaba relativamente controlada. En suma, el pueblo no quería cambiar el paradigma político-económico, no quería dejar de ser capitalista, sino más bien aparar las aristas de este, impidiendo, por supuesto, un liberalismo desenfrenado. En el campo educacional, la cosa era más contundente: la población no deseaba que sus hijos fuesen direccionados a una mentalidad anticapitalista, pero, al revés, que se les enseñara a enriquecer o a llegar al éxito según las reglas de la sociedad capitalista. No querían una revolución social, sino que sus hijos dejaran ascendieran económicamente.
Así, ¿qué hacer con las ideas de la educación progresista si ellas tenían en su cimiento más profundo la noción de rebeldía, de pensamiento crítico contra una sociedad capitalista y autoritaria? El pueblo simplemente no aceptaría un profesorado hablando de destruir el sistema capitalista e implantar el comunismo en los moldes cubanos. 

El debate en la escuela

Pese a haber habido gobiernos de tendencias socialistas en los últimos cuarenta años en Brasil, hay en un grupo de intelectuales un anhelo de implantación de una sociedad en los moldes cubanos. Algunos son conscientes de los avances sociales, del intento de los gobiernos en implantar una sociedad menos injusta; otros, por su turno, advierten ser tales avances migajas para ocultar la desigualdad económica reinante. Walsh (2009), por ejemplo, posee como referencial teórico a Freire y a Fanon; y, aunque sea el primero considerado por ella uno de los mayores educadores, de manera muy sutil apunta al hecho de él no haber visto que el problema mayor de la sociedad brasileña no era apenas el cambio del sistema o la implantación de una pedagogía crítica, pero la cuestión racial fruto de las contradicciones del sistema colonial. Por eso, intenta atribuir a Fanon el “verdadero” pensamiento crítico, pues este se da cuenta de la cuestión étnico-racial y afirma que los pueblos conquistados (amerindios y afro descendientes) solamente se libertarán del yugo occidental cuando volvieren por completo a las estructuras de pensamiento de sus ancestros. Si así lo sucediese, tanto el sistema capitalista como el comunista no tendrían guarida, y la globalización y su consecuencia directa, el neoliberalismo, serían rechazados totalmente. La pregunta es: ¿Será que los amerindios y afro descendientes urbanos, ya tan acostumbrados con los logros del pensamiento de tintes occidentales, con las tecnologías y comodidades urbanas, están de acuerdo con tal teoría? 
En verdad, la gente parece querer vivir como un acaudalado burgués y no volver a la Edad Media. Por eso, suena algo dubio cuando Walsh (2009) argumenta que los avances sociales hoy son insuficientes, porque se constituyen en una artimaña del sistema neoliberal, el cual, percatándose de las innumerables protestas por derechos sociales, ha convenido en condescender en algunos puntos, no por amor a la humanidad o por justicia social, sino por táctica para mantener el pobre en la pobreza. Por esta razón, concluye, los conceptos de multiculturalismo e interculturalidad ofrecidos por la sociedad liberal capitalista serían una celada que, en vez de abordar la raíz de las injusticias, se la oculta. De esta forma, los avances sociales serian sobras echadas al pueblo mientras el mismo grupo capitalista de otrora se mantiene rico y poderoso. Por lo tanto, la sociedad actual necesitaría más que nunca del pensamiento crítico para comprender este juego sofisticado del capital, juego este denominado por la autora recolonialismo. Para ella, existe una forma sutil de colonización que se mantiene y que, para combatirla, es necesario comprender la compleja “operação do multiculturalismo liberal e uma interculturalidade de corte funcional como dispositivos das estruturas sociais estabelecidas e sua matriz colonial” (Walsh, 2009, p. 13). Sin embargo, reconoce los avances en los derechos humanos, pero no atribuye eso al liberalismo, sino solamente a las presiones sociales.
Lo que se advierte es que, aunque la autora en análisis haga una crítica suave a Freire y admita que el método utilizado por este es distinto del que usa Fanon, en realidad, bajo la lógica de contestar las bases del colonialismo, está contestando a la vez el sistema capitalista, el mundo burgués, incluso si este intenta buscar formas de mermar las desigualdades. Es decir, no hay negación real, efectiva del pensamiento de Freire, quizá una expansión.
Hay otros pensadores que van más allá de la autora mencionada y buscan intervenir directamente en la sociedad. ¿Pero cuál técnica utilizar para cambiar las mentalidades de forma eficiente? Franco (2015, p. 603) tiene la respuesta: la investigación-acción. En una charla, habló de “algunos mitos que rondan la significación de las prácticas de enseñar-aprender”. Lo primero que llama la atención ahí es que parece actuar como hicieron los jesuitas, quienes veían los rituales indígenas como mitos que debían ser mansamente sustituidos por la forma de pensar occidental. Es decir, cuando alguien dice que un individuo o un grupo viven bajo mitos es porque en el fondo se siente diferente, a veces de forma superior, a tal grupo. No es el caso de la autora, pero es indudable que cree haber prácticas aún vigentes en la educación que son mitos. Y si existen tales prácticas es porque hay personas que creen ser ellas correctas o válidas por lo menos. Y si se habla de respeto a los otros, a su cultura y manera de pensar, se debería aceptar tales mitos como válidos. Sin embargo, la autora discrepa de tales mitos, lo que es aceptable en una democracia, pero añade que hay que cambiar la mentalidad de los que piensan tales mitos. 
Por eso, señala en su texto la necesidad de “discutir el alcance y las posibilidades de la práctica pedagógica como espacio de contradicción, de la investigación-acción como instrumento de mediación de las contradicciones e de la pedagogía como ciencia que pode iluminar la comprensión de la inexorabilidad de tales resistencias ante las prácticas, recalcando su papel en la negociación de sentidos que emergen de las praxis y que permiten su reconfiguración” (Franco, p. 603, 2015).
 Aquí antes de proseguir hay que intentar comprender lo que se entiende por investigación acción. Thiollent dijo que la investigación acción es “Un tipo de investigación social con base empírica que es concebida y realizada en estrecha asociación con una acción o con la resolución de un problema colectivo en lo cual los investigadores y los partícipes representativos de la situación o del problema están involucrados de modo cooperativo o participativo” (Picheth apud Thiollente, p. 5, 2016).
Es decir, en el campo de la administración o gerencia de las empresas privadas o estatales la investigación acción es una manera de los gerentes intervenir en eventuales problemas ensenándoles a los obreros a como medrar el ingenio y salirse de situaciones complejas: “Ela requer uma participação não apenas dos pesquisadores, mas também dos pesquisados em torno de uma ação, ação planejada, na forma de uma intervençao com mudanças na situaçao investigada” (Picheth apud Thiollente, p. 5, 2016).  Por consiguiente, el investigador no quiere, en el fondo, hallar la verdad sobre un fenómeno sino más bien alterarlo en pro del buen funcionamiento del mismísimo sistema.  
Sin embargo, el uso de tal técnica aplicada a la pedagogía en Brasil en vez de intervenir para mejorar el sistema, quiere cambiarlo por otro. Franco dijo: “a pesquisa-ação crítica busca substituir a colonização cognitiva e emocional dos profesores por uma pedagogía da participação, que vai procurando aproximar o sujeto à consciencia, seu saber de seu fazer, sua intencionalidade de sua prática – encaminando o sujeito a substituir, na linguagem de Paulo Freire, a consciencia ingênua por caminos de uma consciência crítica” (Franco, p. 603, 2015). O sea, si no si piensa según las estructuras de Paulo Freire es porque posee una “conciencia ingenua”. Estos inconscientes necesitan, así como sucedió a los indígenas, ser direccionados a una práctica libertaria y progresista. Es decir, un colonialismo sustituyendo al otro, no más.
En el ámbito de las empresas privadas, ese discurso es perfectamente válido, ¿pero y en el estatal? ¿Imagínese a la ultraderecha haciendo lo mismo, financiando profesores investigadores para intervenir en la forma de pensar y enseñar de los profesores de la educación básica? Eso sería llamado por la oposición colonialismo, neocolonialismo o recolonialismo, sin embargo, las prácticas hechas por la ultraizquierda son las mismas. Los dos grupos intentan apropiarse de la escuela y desde ella difundir sus valores. Es por ello que la escuela difícilmente puede ser democrática en el sentido estricto del término.
No obstante, para los autores adeptos de las posturas decolonialistas, la única forma de romper con ese esquema sería el cambio total del sistema, pero ¿cómo cambiarlo? En el fondo, concordando ellos con Freire, las reformas por sí solas son insuficientes por lo que hay que explosionar el capitalismo implantándose una sociedad más justa y equitativa, es decir, el comunismo.  
Una consecuencia de esas doctrinas atinge los sistemas educacionales, en los cuales se proclama el diálogo, pero que en verdad este es escaso. Se dice que ahí es el centro donde se puede debatir, parlamentar, dialogar en busca de la verdad. Se critica desde ellos la visión autoritaria de las iglesias, que el cura o el pastor no admiten contestaciones, que siguen un orden jerárquico inmutable; se critica el burgués llamándole codicioso; se habla mal de los EEUU o de los pensadores liberales; se contesta los valores de la sociedad tradicional, etc.; con todo, el debate,  el verdadero debate, es raro, pues cuando se va a debatir sobre cuestiones sobre el liberalismo o capitalismo, por ejemplo, si alguien defiende los valores de la sociedad burgués-cristiana no es muy bien visto. El concepto de debate allí es, en verdad, respeto a temas y autores que piensan de forma parecida, discrepando tan solo en lo superficial. Así, en el ejemplo arriba, uno puede ser defensor de Marx, otro puede decir que el maoísmo es mejor, uno más pode traer al debate una visión de Foucault o de Freud, pero si se habla de Milton Friedman o de los logros de la escuela austríaca de economía, o que quizás la población no quiera el comunismo, ahí el debate ya toma otro rumbo, algunas veces terminando en discusiones violentas. 
En el caso de la religión la cosa es peor todavía. Hay casos de ofensas verbales a las posturas religiosas de alumnos, sobre todo si son evangélicos, se les dije que su Dios es eso o asado, que todo es una mentira, que la Biblia no sirve para nada, etc., etc. Y el creyente tiene que aguantar, pues está en un sitio donde teóricamente el conflicto de ideas debería prevalecer. Sin embargo, si el alumno se atreve a contestar a fondo las ideas de Nietzsche, de Marx, de Simone Beauvoir, de Foucault, de Che Guevara, etc., es posible que se tenga metido en gran lío.
Es decir, el diálogo verdadero ahí es tan solo aparente. 

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Referencias

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Sobre o autor
Elton Emanuel Brito Cavalcante

Doutorando em Desenvolvimento Regional e Meio Ambiente - UNIR; Mestrado em Estudos Literários pela Universidade Federal de Rondônia (2013); Licenciatura Plena e Bacharelado em Letras/Português pela Universidade Federal de Rondônia (2001); Bacharelado em Direito pela Universidade Federal de Rondônia (2015); Especialização em Filologia Espanhola pela Universidade Federal de Rondônia; Especialização em Metodologia e Didática do Ensino Superior pela UNIRON; Especialização em Direito - EMERON. Ex-professor da rede estadual de Rondônia; ex-professor do IFRO. Advogado licenciado (OAB: 8196/RO). Atualmente é professor do curso de Jornalismo da Universidade Federal de Rondônia - UNIR.

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